viernes, 17 de abril de 2009

Capítulo 6: Araña

Las primeras notas de “Stairway to heaven” contrastaban con la rapidez con la que la lluvia caía en el exterior. Paige observaba la ciudad oscurecida por las nubes, mientras rozaba la fría ventana con el torso totalmente desnudo. Se había levantado hacía poco. Eran las cinco de la tarde. Paige vivía en un gigantesco ático en el centro de la ciudad. Le habían asegurado que era el más espacioso de toda la urbe. Cuando se lo compró quería poder observar su imperio. Legalmente ese piso estaba deshabitado. Era una muestra más de cómo la ciudad la servía. Todo el sistema legal estaba corrupto: había aprendido desde jovencita que todo el mundo tiene un precio. Había logrado sui certificado de defunción gracias a una cuantiosa suma de dinero. Estaba por encima de la ley. Toda la ciudad la servía gracias a su dinero. Por eso le gustaba observar la ciudad y pensar que era de su propiedad.

El molesto ruido del teléfono móvil la hico salir de su agradable trance. Frunció el ceño. Tranquilamente apagó el aparato de música que tenia al lado. En esos instantes solo se oía el zumbido que producía el diabólico aparatito. Miró la pantalla. En ella se leía: Hospital. Era uno de sus contactos. Descolgó.

-Dime – Su voz era tajante. Una llamada del hospital era sinónimo de malas noticias.
-Robert Madrox. Treinta años. Muerte por disparo en el cuello. Se desangró en el hospital. Llevaba en el bolsillo de la cazadora una tarjeta que ponía “el cuervo” escrito a máquina.
-Recibido. –Paige colgó súbitamente y golpeó el cristal con el puño. Debía tomar medidas rápidamente. Era la octava muerte de uno de sus subordinados. La semana anterior habían estado cerca de encontrarla en un punto de encuentro. Había tenido la suerte de haberse escondido en una trampilla de la Perla Azul, la embarcación que servía de punto de intercambio. Hasta ahora el cuervo había sido una molestia. Ahora era un verdadero problema. Debía matarlo

-¿Que te han dicho, amor? – La voz de Adam era dulce. Paige relajó su todos los músculos de su cuerpo. No se había apercatado de su presencia hasta ese momento. Aunque vivían juntos desde el principio de su relación, era fácil sentirse solo en ese piso tan enorme.
-Ha muerto otro: Madrox. Ha sido el cuervo otra vez.—Paige se giró. Su chico no parecía tan tierno como de costumbre. Ahora su rostro estaba serio e inmóvil. Al verlo lo recordó: estaba totalmente enamorada de Adam. Él era la única persona con quién podía abandonar su faceta autoritaria para ser ella misma unos instantes. Se sentía a gusto a su lado.

Su historia era digna de una película. Se habían conocido en el negocio. La noche en que Paige fue a hablar con Adam por primera vez se presentaba como una noche problemática: no esperaba que se sintieran tan atraídos el uno por el otro. Esa misma noche se acostaron. Paige estaba empezando con el negocio de la droga e iba a amenazar a Adam. Si no dejaba el negocio y le cedía los clientes moriría. Sin embargo no hizo falta. Se aliaron para crear el mayor cartel de droga de la ciudad. Poco a poco veían como sus personalidad se compenetraban en una inigualable armonía. Juntos eran felices. Paige había seguido con el negocio de ambos bajo el sobrenombre de la Araña y Adam había comprado un local que lo había convertido en uno de los bares con más afluencia de la zona: el Scotish Beer. Paige trabajaba duro como le gustaba. Adam la ayudaba en lo que podía, pero se pasaba las noches relajado en la sala VIP de su bar. Paige pensaba que cada uno ocupaba su lugar y que todo les iba bien, sin embargo la presencia del cuervo podría truncar su negocio y poner en peligro su estatus.

-¿Qué piensas hacer? – Paige ya había pensado alguna vez en ese momento. Había tenido en cuenta la posibilidad de que alguien se opusiera a su imperio. Sabía que ya debía estar preparada y lo estaba. Tan solo debía poner su plan en práctica.
-Armaré a mis hombres. Los más eficientes. Aquellos de los que esté segura de que no matarán a otro de mis subordinados para conseguir más clientes con la ayuda de las armas. Así tal vez alguno de ellos mate al cuervo en autodefensa. Al fin y al cabo, son los únicos que me importan. Son los que debo proteger. Armarles es la mejor solución.
-¿Y si pones precio a su cabeza? – Adam pensaba rápido. Sin embargo Paige ya lo había meditado mucho.
-No quiero que esto se llene de drogadictos fingiendo haber matado al Cuervo para conseguir dinero que gastarse en mi droga. No sabemos nada de su aspecto. Lo mejor es que mis hombres maten a quien los ataque. –Paige llamaba a sus subordinados “hombres” imitando el lenguaje militar. Eran el ejército de su imperio.
-¿Sabes qué consecuencias tendrá armar a tus hombres? –Seguía teniendo respuesta. Adam era rápido pensando, sin embargo saltaba a la vista que últimamente ya no se preocupaba por esos temas tan a menudo. Era Paige quien pensaba en el trabajo la mayoría de su tiempo.
-Subirá el índice de delincuencia. Sé que muchos de mis hombres no utilizarán su arma solo para defenderse. Hablaré con los medies do comunicación. Nadie sabrá nada. Así tendré contento el gobierno.
-Te costará dinero. ¿Crees que valdrá la pena? – Paige no lo entendía. Adam debía estar bromeando. Sabían que debían perpetuar su estado eliminando cualquier amenaza.
-Sí. Si esto sigue así pronto no encontraré suficientes hombres.—Adam la interrumpió.
-Habla con Warren. – Fue tajante. Warren era el asesino con más prestigio. Trabajaba pocas veces, y sus precios eran elevados. Sin embargo siempre cumplía su cometido. Era un hombre frio y calculador. Paige lo había visto un par de veces, y la había intimidado. Prefería no tener contacto con él.
-Me lo pensaré. –No quería decepcionar a su amado. – Me he de ir. Como antes dé armas a mis hombres antes darán con la cabeza de ese bastardo. – Quería irse de allí. Quería evitar el tema de Warren.
-Nos vemos mañana.

Se besaron para despedirse. Sin embargo en ese momento Paige tan solo quería huir. Tras besarse empezó a recorrer el pasillo para llegar a su habitación. Allí era donde tenía guardadas sus armas, sacaría algunas para sus hombres. Abrió uno de los armarios de la habitación para poder abrir un enorme cajón. Aparentemente estaba lleno de ropa interior. Cogió un sujetador y se lo puso. Seguidamente sacó el cajón de su marco y abarcó el resto de ropa que había con sus brazos para elevarla y poder tirarla al suelo. Bajo toda esa ropa la madera era más clara. Mientras todos los muebles de la habitación estaban hechos con madera de caoba, el fondo del cajón era de madera de pino. Paige rasgó compulsivamente los bordes de la plancha de madera tratando de retirarla. Tras unos segundos en los que no conseguió retirar el falso fondo, pudo levantar uno de los extremos. Golpeó fuertemente la gruesa plancha desde abajo, metiendo el puño en la obertura que había quedado libre. La tapa del compartimento secreto quedó recostada verticalmente sobre uno de los lados del cajón. Había cerca de treinta pistolas semiautomáticas y diez cajas llenas de cargadores. Paige se levantó para alcanzar una bolsa negra de las que tenía en la parte superior del armario. Compulsivamente empezó a coger las armas con la totalidad de su, brazo mientras con la otra mano mantenía abierta la bolsa de deporte. Una vez hubo metido la mayoría de armas en la bolsa, la cerró. Dejó algunas por si las necesitaba ella más adelante. Se colgó la bolsa del hombro, salió de su habitación y empezó a cruzar el pasillo para salir de la casa.

El corredor del piso era largo y estaba lleno de cuadros. La pared lucía una hermosa pintura rosada con unos acabados en las esquinas. Sin embargo Paige no pensaba en todo ese lujo. Estaba trabajando. Sacó el móvil de su bolsilo y empezó a buscar entre sus contactos uno de sus mejores hombres. Se llamaba William. Lo seleccionó en la lista de contactos. Cuando le cogieron el teléfono ya había llegado al recibidor de su piso. William había tardado demasiado en cogerlo.

-¿Si?
-William, soy la Araña. Necesito verte en 10 minutos delante de tu casa. — Así era Paige cuando no estaba con Adam. Solo daba órdenes. Sabía que si mostraba algún signo de debilidad podrían pensar que tenía puntos. Eso era algo que odiaba
-No puedo. Estoy con una chica. –Apenas había acabado la frase cuando Paige lo interrumpió. No podía permitir que pusieran excusas a sus órdenes.
-Me da igual que no folles hoy. Quiero que te vayas del agujero en el que estés metido y te dirijas inmediatamente a tu puta casa. – Esa era su faceta fuera de su pequeño mundo de felicidad con Adam. Esa era su obra y su orgullo.
-Dame 20 minutos. Estoy lejos. – Paige sabía que a veces debía ceder. Ese era el caso. Sin embargo quería ser prudente.
-De acuerdo. No tardes. —Colgó súbitamente y guardó el móvil en el bolsillo.

Tenía tiempo, de modo que dejó la bolsa en el suelo, se puso una chaqueta para ir en moto y se sentó en un sofá cercano. Pensó que tal vez no era mala idea contar con la ayuda de Warren y su compañía. Sabía que Adam tenía una tarjeta en uno de los estantes del recibidor. Era donde guardaban todos los papeles y tarjetas referentes a su trabajo. Se levantó y cruzó el recibidor hasta llegar al estante. Buscó nerviosa entre todos los papeles tirando algunos al suelo. Finalmente dio con la tarjeta. La compañía de Warren se apodaba Ángel, y la tarjeta solamente mostraba su logotipo: un ángel sosteniendo una espada bastarda y con una larga melena ondeando al viento. Aunque la imagen estaba formada por rayas gruesas la forma se veía con claridad. Dio la vuelta a la tarjeta esperando alguna forma de contactar con él. En el dorso había un número de teléfono grabado en letra gruesa. Volvió a sacar el móvil y marcó con miedo cada una de los numeros que había en la tarjeta. Cuando hubo acabado pulsó el botón de llamada y puso el auricular en su oído. Padía oir el pitido intermitente que la hacía esperar a que descolgaran. Sentía como las tripas le ronroneaban por dentro. Estaba nerviosa. Warren era la única persona que le daba miedo. Aún podía recordar sus fríos ojos azules clavándose en ella. Los rumores decían que era el hombre más peligroso de la cuidad. Descolgaron.

-Al habla Ángel. –Paige quedó sorprendida y no supo que decir.
-Soy Paige. –La mujer no sabía cómo empezar a explicar el caso. — Soy la mujer de Adam Leonarth. – Era la única manera lógica de identificarse. Nadie salvo Adam sabía su apellido. – Quería solicitar un trabajo. – No sabía cómo referirse al asunto que tenía entre manos. Todo eran dudas dentro de Paige.
-Te recuerdo. Soy Warren. – La voz era totalmente inexpresiva. No sabía si alegrarse por saber que era Warren o asustarse aún más. —¿De qué se trata?
-Quiero que mates a alguien.—La mujer sintió un escalofrio que le recorrió todo el cuerpo. Ahora Warren sabía que necesitaba su ayuda. Ahora estaba a su merced. Ahora era débil.
-Pásate por mi despacho. Te llamaré para decirte donde está y debes venir.

Colgaron. Paige se quedó en silencio y solo pudo oír un molesto pitido que indicaba el final de la llamada. Guardó el móvil y recogió la bolsa. Debía bajar al parking para ir en moto hasta casa de William.

Dentro de poco todo estaría listo para matar al cuervo.