viernes, 17 de abril de 2009

Capítulo 6: Araña

Las primeras notas de “Stairway to heaven” contrastaban con la rapidez con la que la lluvia caía en el exterior. Paige observaba la ciudad oscurecida por las nubes, mientras rozaba la fría ventana con el torso totalmente desnudo. Se había levantado hacía poco. Eran las cinco de la tarde. Paige vivía en un gigantesco ático en el centro de la ciudad. Le habían asegurado que era el más espacioso de toda la urbe. Cuando se lo compró quería poder observar su imperio. Legalmente ese piso estaba deshabitado. Era una muestra más de cómo la ciudad la servía. Todo el sistema legal estaba corrupto: había aprendido desde jovencita que todo el mundo tiene un precio. Había logrado sui certificado de defunción gracias a una cuantiosa suma de dinero. Estaba por encima de la ley. Toda la ciudad la servía gracias a su dinero. Por eso le gustaba observar la ciudad y pensar que era de su propiedad.

El molesto ruido del teléfono móvil la hico salir de su agradable trance. Frunció el ceño. Tranquilamente apagó el aparato de música que tenia al lado. En esos instantes solo se oía el zumbido que producía el diabólico aparatito. Miró la pantalla. En ella se leía: Hospital. Era uno de sus contactos. Descolgó.

-Dime – Su voz era tajante. Una llamada del hospital era sinónimo de malas noticias.
-Robert Madrox. Treinta años. Muerte por disparo en el cuello. Se desangró en el hospital. Llevaba en el bolsillo de la cazadora una tarjeta que ponía “el cuervo” escrito a máquina.
-Recibido. –Paige colgó súbitamente y golpeó el cristal con el puño. Debía tomar medidas rápidamente. Era la octava muerte de uno de sus subordinados. La semana anterior habían estado cerca de encontrarla en un punto de encuentro. Había tenido la suerte de haberse escondido en una trampilla de la Perla Azul, la embarcación que servía de punto de intercambio. Hasta ahora el cuervo había sido una molestia. Ahora era un verdadero problema. Debía matarlo

-¿Que te han dicho, amor? – La voz de Adam era dulce. Paige relajó su todos los músculos de su cuerpo. No se había apercatado de su presencia hasta ese momento. Aunque vivían juntos desde el principio de su relación, era fácil sentirse solo en ese piso tan enorme.
-Ha muerto otro: Madrox. Ha sido el cuervo otra vez.—Paige se giró. Su chico no parecía tan tierno como de costumbre. Ahora su rostro estaba serio e inmóvil. Al verlo lo recordó: estaba totalmente enamorada de Adam. Él era la única persona con quién podía abandonar su faceta autoritaria para ser ella misma unos instantes. Se sentía a gusto a su lado.

Su historia era digna de una película. Se habían conocido en el negocio. La noche en que Paige fue a hablar con Adam por primera vez se presentaba como una noche problemática: no esperaba que se sintieran tan atraídos el uno por el otro. Esa misma noche se acostaron. Paige estaba empezando con el negocio de la droga e iba a amenazar a Adam. Si no dejaba el negocio y le cedía los clientes moriría. Sin embargo no hizo falta. Se aliaron para crear el mayor cartel de droga de la ciudad. Poco a poco veían como sus personalidad se compenetraban en una inigualable armonía. Juntos eran felices. Paige había seguido con el negocio de ambos bajo el sobrenombre de la Araña y Adam había comprado un local que lo había convertido en uno de los bares con más afluencia de la zona: el Scotish Beer. Paige trabajaba duro como le gustaba. Adam la ayudaba en lo que podía, pero se pasaba las noches relajado en la sala VIP de su bar. Paige pensaba que cada uno ocupaba su lugar y que todo les iba bien, sin embargo la presencia del cuervo podría truncar su negocio y poner en peligro su estatus.

-¿Qué piensas hacer? – Paige ya había pensado alguna vez en ese momento. Había tenido en cuenta la posibilidad de que alguien se opusiera a su imperio. Sabía que ya debía estar preparada y lo estaba. Tan solo debía poner su plan en práctica.
-Armaré a mis hombres. Los más eficientes. Aquellos de los que esté segura de que no matarán a otro de mis subordinados para conseguir más clientes con la ayuda de las armas. Así tal vez alguno de ellos mate al cuervo en autodefensa. Al fin y al cabo, son los únicos que me importan. Son los que debo proteger. Armarles es la mejor solución.
-¿Y si pones precio a su cabeza? – Adam pensaba rápido. Sin embargo Paige ya lo había meditado mucho.
-No quiero que esto se llene de drogadictos fingiendo haber matado al Cuervo para conseguir dinero que gastarse en mi droga. No sabemos nada de su aspecto. Lo mejor es que mis hombres maten a quien los ataque. –Paige llamaba a sus subordinados “hombres” imitando el lenguaje militar. Eran el ejército de su imperio.
-¿Sabes qué consecuencias tendrá armar a tus hombres? –Seguía teniendo respuesta. Adam era rápido pensando, sin embargo saltaba a la vista que últimamente ya no se preocupaba por esos temas tan a menudo. Era Paige quien pensaba en el trabajo la mayoría de su tiempo.
-Subirá el índice de delincuencia. Sé que muchos de mis hombres no utilizarán su arma solo para defenderse. Hablaré con los medies do comunicación. Nadie sabrá nada. Así tendré contento el gobierno.
-Te costará dinero. ¿Crees que valdrá la pena? – Paige no lo entendía. Adam debía estar bromeando. Sabían que debían perpetuar su estado eliminando cualquier amenaza.
-Sí. Si esto sigue así pronto no encontraré suficientes hombres.—Adam la interrumpió.
-Habla con Warren. – Fue tajante. Warren era el asesino con más prestigio. Trabajaba pocas veces, y sus precios eran elevados. Sin embargo siempre cumplía su cometido. Era un hombre frio y calculador. Paige lo había visto un par de veces, y la había intimidado. Prefería no tener contacto con él.
-Me lo pensaré. –No quería decepcionar a su amado. – Me he de ir. Como antes dé armas a mis hombres antes darán con la cabeza de ese bastardo. – Quería irse de allí. Quería evitar el tema de Warren.
-Nos vemos mañana.

Se besaron para despedirse. Sin embargo en ese momento Paige tan solo quería huir. Tras besarse empezó a recorrer el pasillo para llegar a su habitación. Allí era donde tenía guardadas sus armas, sacaría algunas para sus hombres. Abrió uno de los armarios de la habitación para poder abrir un enorme cajón. Aparentemente estaba lleno de ropa interior. Cogió un sujetador y se lo puso. Seguidamente sacó el cajón de su marco y abarcó el resto de ropa que había con sus brazos para elevarla y poder tirarla al suelo. Bajo toda esa ropa la madera era más clara. Mientras todos los muebles de la habitación estaban hechos con madera de caoba, el fondo del cajón era de madera de pino. Paige rasgó compulsivamente los bordes de la plancha de madera tratando de retirarla. Tras unos segundos en los que no conseguió retirar el falso fondo, pudo levantar uno de los extremos. Golpeó fuertemente la gruesa plancha desde abajo, metiendo el puño en la obertura que había quedado libre. La tapa del compartimento secreto quedó recostada verticalmente sobre uno de los lados del cajón. Había cerca de treinta pistolas semiautomáticas y diez cajas llenas de cargadores. Paige se levantó para alcanzar una bolsa negra de las que tenía en la parte superior del armario. Compulsivamente empezó a coger las armas con la totalidad de su, brazo mientras con la otra mano mantenía abierta la bolsa de deporte. Una vez hubo metido la mayoría de armas en la bolsa, la cerró. Dejó algunas por si las necesitaba ella más adelante. Se colgó la bolsa del hombro, salió de su habitación y empezó a cruzar el pasillo para salir de la casa.

El corredor del piso era largo y estaba lleno de cuadros. La pared lucía una hermosa pintura rosada con unos acabados en las esquinas. Sin embargo Paige no pensaba en todo ese lujo. Estaba trabajando. Sacó el móvil de su bolsilo y empezó a buscar entre sus contactos uno de sus mejores hombres. Se llamaba William. Lo seleccionó en la lista de contactos. Cuando le cogieron el teléfono ya había llegado al recibidor de su piso. William había tardado demasiado en cogerlo.

-¿Si?
-William, soy la Araña. Necesito verte en 10 minutos delante de tu casa. — Así era Paige cuando no estaba con Adam. Solo daba órdenes. Sabía que si mostraba algún signo de debilidad podrían pensar que tenía puntos. Eso era algo que odiaba
-No puedo. Estoy con una chica. –Apenas había acabado la frase cuando Paige lo interrumpió. No podía permitir que pusieran excusas a sus órdenes.
-Me da igual que no folles hoy. Quiero que te vayas del agujero en el que estés metido y te dirijas inmediatamente a tu puta casa. – Esa era su faceta fuera de su pequeño mundo de felicidad con Adam. Esa era su obra y su orgullo.
-Dame 20 minutos. Estoy lejos. – Paige sabía que a veces debía ceder. Ese era el caso. Sin embargo quería ser prudente.
-De acuerdo. No tardes. —Colgó súbitamente y guardó el móvil en el bolsillo.

Tenía tiempo, de modo que dejó la bolsa en el suelo, se puso una chaqueta para ir en moto y se sentó en un sofá cercano. Pensó que tal vez no era mala idea contar con la ayuda de Warren y su compañía. Sabía que Adam tenía una tarjeta en uno de los estantes del recibidor. Era donde guardaban todos los papeles y tarjetas referentes a su trabajo. Se levantó y cruzó el recibidor hasta llegar al estante. Buscó nerviosa entre todos los papeles tirando algunos al suelo. Finalmente dio con la tarjeta. La compañía de Warren se apodaba Ángel, y la tarjeta solamente mostraba su logotipo: un ángel sosteniendo una espada bastarda y con una larga melena ondeando al viento. Aunque la imagen estaba formada por rayas gruesas la forma se veía con claridad. Dio la vuelta a la tarjeta esperando alguna forma de contactar con él. En el dorso había un número de teléfono grabado en letra gruesa. Volvió a sacar el móvil y marcó con miedo cada una de los numeros que había en la tarjeta. Cuando hubo acabado pulsó el botón de llamada y puso el auricular en su oído. Padía oir el pitido intermitente que la hacía esperar a que descolgaran. Sentía como las tripas le ronroneaban por dentro. Estaba nerviosa. Warren era la única persona que le daba miedo. Aún podía recordar sus fríos ojos azules clavándose en ella. Los rumores decían que era el hombre más peligroso de la cuidad. Descolgaron.

-Al habla Ángel. –Paige quedó sorprendida y no supo que decir.
-Soy Paige. –La mujer no sabía cómo empezar a explicar el caso. — Soy la mujer de Adam Leonarth. – Era la única manera lógica de identificarse. Nadie salvo Adam sabía su apellido. – Quería solicitar un trabajo. – No sabía cómo referirse al asunto que tenía entre manos. Todo eran dudas dentro de Paige.
-Te recuerdo. Soy Warren. – La voz era totalmente inexpresiva. No sabía si alegrarse por saber que era Warren o asustarse aún más. —¿De qué se trata?
-Quiero que mates a alguien.—La mujer sintió un escalofrio que le recorrió todo el cuerpo. Ahora Warren sabía que necesitaba su ayuda. Ahora estaba a su merced. Ahora era débil.
-Pásate por mi despacho. Te llamaré para decirte donde está y debes venir.

Colgaron. Paige se quedó en silencio y solo pudo oír un molesto pitido que indicaba el final de la llamada. Guardó el móvil y recogió la bolsa. Debía bajar al parking para ir en moto hasta casa de William.

Dentro de poco todo estaría listo para matar al cuervo.

viernes, 20 de marzo de 2009

Capítulo 5: Jack

Jack no había podido más. Se había despedido de Aron con la excusa de que le dolía la cabeza mientras William pedía su característico gin tonic. No quería enfrentarse a William. Su amigo lo habría tratado de animar inútilmente y se sentiría aún más culpable.


La calle estaba llena de gente que bebía su último trago mientras volvían a casa. Era ya muy tarde y algunos bares, los menos recurridos, empezaban a cerrar. Para decepción de Jack, el Scothis Beer seguía abierto. Instintivamente empezó a andar en el más orgánico de los movimientos. Mientras, reflexionaba acerca de su situación. Había pasado toda la semana pensando que se acostumbraría al Scothis y que acabaría siendo lo que antes era el bar de Tony. Pensaba que tal vez se desengañaría y disfrutaría tanto como sus amigos. Incluso pensaba que sus amigos podrían ver que el Black Belt les gustaba muchísimo más. Esa noche todos esos pensamientos habían desaparecido.


Había permanecido toda la noche enfrascado en su mente. Imaginaba el Black Belt vacío esperando su llegada, y Tony en un rincón abatido. Incluso podía ver a esa chica de la que no conocía el nombre buscándolo inútilmente. Esa noche había sido muy larga.
En contraposición, sus amigos habían pasado una gran noche. Aron había hablado con muchas chicas durante horas y William había ido a los servicios con muchas otras. No entendía como su amigo podía conseguir sexo tan fácilmente. Sin embargo estaba seguro de que no estaban dispuestos a volver al Black Belt.


Al cabo de unos minutos andando, sin saber cómo, había llegado involuntariamente al Black Belt. Se quedó parado mirando el bar. Entonces salió por la puerta la chica de siempre. Se cruzaron. Aunque se habían visto cada sábado no lo reconoció, ni le dedicó una mirada. Jack no se movió. Detrás de la chica alguien más subía las escaleras.

-No corras tanto Kitty- Era un chico que se esforzaba en subir las escaleras para seguir a su compañera. Pasó ante Jack, quien se giró justo a tiempo para ver un beso entre los dos. Kitty y un desconocido.
La pareja empezó a andar ante la mirada petrificada de Jack hasta que doblaron la esquina. El chico se hundió completamente. Se volvió a sentar bajo el letrero que anunciaba “Black Belt”, igual que la semana pasada. Tenía la mirada fija hacia delante y podía notar como el frio del suelo y del ambiente se apoderaba cada vez más de él. Sabía el nombre de esa chica, se llama Kitty. Ese nombre resonaba en su cabeza como si tratara de advertirle de algo que se le escapaba. También sabía que esa noche, Kitty no estaría sola. Cada vez notaba su cuerpo más helado.


La primera vez que fue al Black Belt no había podido evitar fijarse en Kitty. Aquella noche esa chica reía con su hermosa sonrisa, mientras bailaba al compás de Fairies Wear Boots. Jack solo comparaba su belleza con los ojos de esa misma chica. Siempre que Jack iba al Black Belt esperaba poderla ver. Aunque había salido con Rahne, siempre pensaba en ver a Kitty para que esta no se alejara. Había sufrido mucho al cortar con Rahne, sin embargo había pensado que era una oportunidad para conocer a la chica misteriosa. Ahora sabía que se llamaba Kitty, y que esa misma noche, mientras él lloraba, haría el amor con otro.


-Dios mío. Es imposible perderte de vista. –Jack alzó la vista y pudo ver el rostro sonriente de Steve. Una lágrima de felicidad pobló su mejilla mientras el rostro se le iluminaba. Jack era feliz de ver a un amigo. Ya había olvidado las palabras que tanto le habían molestado la semana pasada. – Vamos, entra. Vamos a charlar un rato.
-Vale. –Jack se levantó mientras se secaba las lágrimas con la muñeca y entró por la puerta del local seguido de Steve, quien cerró la puerta metálica con llave. Empezaron a bajar las escaleras. – ¿Habéis cerrado ya? –Jack quería sacar cosas claras.
-Ahora te lo explicaré todo. –Steve empezó a bajar las escaleras. Jack le siguió confundido.


El bar estaba muy limpio, incluso demasiado. Siempre que Jack había visto el cierre del Black Belt, este estaba sucio, siendo la prueba de la diversión que allí había tenido lugar. Si todo estaba tan ordenado era señal de que habían ido pocos clientes. La luz estaba encendida, dañándole la vista al chico al llegar a la gran sala. No era normal que hubieran encendido la luz tan pronto. Sara, la compañera de trabajo de Steve, contaba el dinero de la caja. Sara no era muy atractiva, sin embargo siempre mostraba su gran simpatía. Jack pensaba que era la mujer más amable que había conocido. Era sin duda la mujer ideal para cualquier hombre, siempre dispuesta a animar a todo el mundo. Sin embargo esa noche Sara lucía un rostro taciturno.
Miro a Steve sin fijarse en la presencia de Jack.

-Nunca habíamos recaudado tan poco. – Jack se quedó mudo.
-Tranquila Sara. Tony pondrá remedio pronto. Lo llamaremos y pondrá algún remedio. – Esas palabras hicieron que Jack notara la ausencia del gigante.
-¿Dónde está Tony? –Steve siguió andando mientras el chico lo seguía hasta sentarse amos en la barra. Steve no contestó. -- ¿No está?—Nunca había visto una noche en el Black Belt en la que no estuviera Tony.
-Dijo que se encontraba mal. Es raro en él. Dijo que reflexionaría en como reavivar el negocio. –Sara contestó en el lugar de Steve, quien pensaba silenciosamente apoyado en la barra.
-¿Pero qué está pasando? ¿Por qué está todo tan vacío? –Jack pensaba que todo estaba cambiando demasiado violentamente. La semana pasada el local aún tenía vida. Esa noche estaba olvidado. Steve se giró perezosamente hacia Jack.
-Te lo contaremos Jack. Pero no puedes hablarlo con nadie. – Steve se puso serio. No era el mismo de siempre.
-Te lo prometo Steve. Puedes confiar en mí. –Jack tenía miedo. Se sentía estúpido al tener esa sensación. Se veía a sí mismo como un crio idiota esperando un cuento de brujas.
-Todos los bares de la zona están igual. Todos menos el jodido Scotish Beer. Antes los bares eran legales Jack. Tony habló con los demás propietarios para no permitir camellos en sus locales y hacer una competencia limpia y sin problemas con la policía. –Steve permanecía con la mirada fija en Jack.
-¿Y por qué el Scotish Beer está tan lleno? –Preguntó Jack. Sara tomó la palabra a su compañero.
-Llegaron hace poco y se negaron a acatar el pacto. Sobornan a la policía, eso es lo que creemos. Allí van todos los putos camellos, los drogadictos y algunos que solo busca pasar el rato rodeados de gente. El lugar es enorme, y cada vez arrastran más clientes de los alrededores. Solo los consumidores más fieles se niegan a ir. – Jack estaba helado. Eso significaba que el Black Belt cerraría. No veía ninguna alternativa.
-¿Qué piensa hacer Tony al respecto?
-No lo sabemos exactamente. –Sara contestó rápido. Parecía un intento de desviar la conversación. Steve se armó de coraje para añadir más información.
-Pensamos que permitirá la venta de drogas en el Black Belt. –Un silencio inundó la sala. De fondo se oía como un murmullo los gritos de la gente de la calle. Jack trataba de pensar lo que aquello suponía. Era la última alternativa, pero si la policía lo detenía se cerraría el negocio. Steve cogió aire y rompió el silencio. –Se ha hecho tarde. Tenemos que irnos. Sara, te llevo en mi coche. –Se dirigió a Jack. --¿Te vienes? –El joven se alejó de sus pensamientos para volver a la realidad.
-No. Mejor vuelvo en metro. Así me aireo un poco en la calle. –Jack estaba triste y cansado. -- Necesito pensar. –Demasiadas malas experiencias esa noche. No le había ido bien en el Scotish, había visto a Kitty con otro y había descubierto la verdadera situación del Black Belt.
-Como quieras. –Steve le apretó el hombro cariñosamente y le sonrió. –Vuelve la semana que viene. Tendré un regalo que te alegrará. Hasta entonces, pásatelo bien. Seguimos aquí.

Las palabras de Steve le dieron fuerzas a Jack para animarse un poco. Esperaba con ansias el transcurso de una nueva semana para ver que tenía para él Steve.

viernes, 13 de marzo de 2009

CAPÍTULO 4: William

William salió del lavabo junto a una chica de la cual no sabía el nombre. Recordaba que esa chica tenía un estúpido nombre de niña pija, de esos que había preferido no conocer. Su nombre era lo que menos le importaba. Sin despedirse de ella cruzó el local para ir a la mesa donde estaban sentados Jack y Aron.


-Estás hecho un fiera. — Aron sonreía acomodado en su silla con un cubalibre en la mano. William se sentó a su lado.

-Solo debes saber que teclas tocar pequeño Aron.—El chico se sentó en la silla que quedaba libre para después hablar con Jack. –Que te parece el Scotish Jacky? – Su amigo había estado callado toda la noche. Desde el momento en que se habían saludado donde siempre para coger el metro, no había vuelto a decir palabra.

-La música es una mierda. No entiendo como seguimos aquí rodeados de esta gentuza snob. –William lo entendía. Desde su llegada la música no había cambiado. La misma música electrónica repetitiva sin ningún sentimiento. William solo quería que Jack se animara, pero su amigo no parecía poner de su parte.

-Te diré porqué Jacky: Coños. Esto está lleno de tías en busca de sementales como nosotros. -- William colocó su codo en la entrepierna simulando con el brazo un descomunal pene. Rió junto a Aron a carcajadas ante la inexpresividad de Jack. –Voy a buscar algo de beber.



No podía aguantar más ese estado en el que Jack estaba sumido. Debía irse y despejarse un poco. Había sido él quien lo había alejado del local que amaba. Se sentía culpable, pero no podía hacer más. William pasó entre la multitud hasta llegar a la barra del local. Una decena de adolescentes menores que él estaban apoyados en ella mirando las chicas que bailaban en medio del bar. Todos ellos exhibían su bebida alcohólica como si fuera su trofeo, una muestra de su hombría. William se abrió paso forzosamente para poder apoyar los codos en la barra y pedir.


-Ponme un gin tonic. No te entretengas mucho. – El barman, un hombre enorme y de aspecto rudo, lo miró con mala cara. Antes sus amigos habían tardado 10 minutos en conseguir su bebida. En ese bar no servían las mesas como en el Black Belt.


Mientras estaba observando como el barman hacía su trabajo, alguien le apretó el hombro. Se giró con tranquilidad dejando un codo en la mesa y vio la hermosa sonrisa de Karen, la hermana de Jack. No podía creer que estuviera allí. Veía a Karen demasiado pequeña como para acudir a esos locales. Si su amigo sabía algo de la presencia de su hermana se volvería loco. William pensaba que Jack era demasiado protector.


-¿Qué haces aquí Karen? –William trataba de intimidar a la chica. Ella debía saber que no podía estar allí. No quería causarle más problemas a Jack. La chica volvió a sonreír. Aunque su cuerpo no era el de una mujer, su rostro era hermoso.

-Te buscaba. Me han hablado de ti. Vamos al lavabo antes de que nos vea mi hermano. –William sabía lo que la chica quería. Tal vez si iba con ella podría persuadirla. Lo primero era que Jack no la viera. Aún menos junto a William.

-Vamos. –Dejó de lado el Gin tonic que había pedido y que el barman no había ni siquiera empezado a preparar. Siguió a Karen hasta la puerta del lavabo, situada cerca de la barra. Entraron en el de hombres, que tenía fama de estar menos transitado. No había nadie. Entraron en un retrete y cerraron la puerta.


-¿Cuánto cuestan? –Evidentemente Karen hablaba de las pastillas que vendía William. Ese era el motivo por el cual había apoyado a Aron para ir al Schotish. No quería vender la mercancía de la Araña poniendo en peligro el bar de Tony. Además el Schotish tenía más clientes, y estos tenían mucho más dinero. Un centenar de jóvenes cansados por el dinero que sus padres les daban, en substitución de su presencia, y que daban a cambio de droga. Era una forma cara de encontrar emociones nuevas. Para William era un negocio seguro. La semana anterior se había sacado 200 euros y pretendía sacarse más esta semana.

-No te pienso vender nada Karen. Jack es mi mejor amigo. No puedo hacerle esto. — La chica se apresuró a contestar.

-No son para mí. Mis amigas pensaron que me las dejarías más baratas. Son para ellas. — William había hablado algunas veces con Karen y pensaba que era sincera. Sin embargo en ese momento no quería arriesgarse.

-Lo siento Karen, no puedo fiarme. Entiéndeme. —Sara miró a William lujuriosamente.

-Si quieres estar seguro de que yo no tomo nada, puedes vigilarme toda la noche. –La mano de Karen se deslizó por el torso de William mientras ella se acercaba cada vez más. En unos segundos sus caras se rozaban y la mano de Karen acariciaba la dura entrepierna de William. Las mujeres habían sido siempre el punto débil del chico. Trató impetuosamente mantener la templanza.

-No puedo hacerlo Karen. Eres la hermana de mi mejor amigo.—La voz antes firme de William se había vuelto insegura y entrecortada.

-Seguro que no puedes?



Los labios de ambos se juntaron besándose en un primer contacto. Karen tomó la iniciativa y prolongó el beso unos instantes más. Sus labios se frotaron con pasión mientras sus lenguas se acariciaban excitándolos cada vez más. Aunque el chico sabía que estaba mal, quería prolongar esos diminutos instantes de placer. Karen era entregada y besaba como ninguna otra chica de su edad. Siguieron allí varios segundos, sumidos en su pequeño momento en el paraíso. Finalmente William se templó y apartó sus labios lentamente para poder hablar mientras cogía con cariño la cabeza de Karen con las puntas de los dedos.



-De acuerdo. Pero no se puede enterar de nada tu hermano. –La voz de William temblaba. Tenía miedo de estar hiriendo a su amigo, pero era lo que su mente le mandaba que hiciera. Quería pensar que no era culpa suya, que Karen lo había incitado. No podía resistirse a las chicas, era su eterno esclavo.

-Mis amigas y yo vamos a una casa cerca de aquí para acabar la noche. Nos vemos en la puerta en cinco minutos. Sal tu primero y cuéntale alguna excusa a mi hermano y asegúrate de que no nos vea.

-Karen…--William, con el rostro preocupado, vaciló un momento.

-Dime. —La voz seguro de Karen intimidó a William. Desearia haber dicho que no quería ir con ella. Desearía haberle dicho que debería estar en casa y mandarla a dormir. Sin embargo trató de dar otra respuesta. Deseaba a Karen del mismo modo que todas las mujeres del local. Anhelaba la pasión que le suscitaba el contacto con una hembra.

-Mejor que… - Las palabras de William no conseguían agruparse en su mente. Trató de pensar rápido. – Mejor que sean diez minutos. Nos vemos en 10 minutos en la puerta.

-Como quieras. –Karen era muy autoritaria y eso preocupaba a William. Realmente deseaba con todo su ser acostarse con ella. Sin embargo no podía olvidar que era la hermana de Jack. El instinto le podía y Karen sabía que él estaba a su disposición.



Salió por la puerta rápidamente para ir a hablar con Jack, quien no podía verle con su hermana. Se dirigió rápidamente a la mesa donde había visto a sus amigos por última vez. Se sorprendió al ver solamente a Aron tosiendo ruidosamente sobre la mesa.



-Chico, ¿Te pasa algo? ¿Se te fue el cubata por el otro lado?—Aron tosió una última y ruidosa vez y se dirigió a William

-No, tranquilo. Solo que últimamente ando un poco resfriado.

-Vaya, a ver si te cuidas. Esta noche a dormir prontito. –Sonrió un poco para quitarle importancia al tema que estaba a punto de abordar. --¿Dónde está Jacky? – Entonces William tuvo un escalofrío. Tal vez su amigo le había visto entrando en el lavabo con su hermana y se había ido indignado. Tenía miedo de haber herido a Jack y haber destrozado su amistad.

-No se acostumbra a este lugar. Quería volver al Black Belt para saber si todo seguía igual. Ha dicho que la semana que viene estaría más relajado, que tiene que hacerlo poco a poco. –William suspiró aliviado. –Yo no tardaré en irme. Tengo una cita. Solo esperaba para decirte que Jack se había ido y yo no podía quedarme más tiempo.

-Yo me tengo que ir. He ligado y me parece que… --Alguien apretó el hombro de William. Se giró y volvió a ver la hermosa sonrisa de Karen. Se le erizó el bello.

-William, mis amigas me han dicho que mi hermano se ha ido. Vámonos rápido. –Aron se puso serio y miró a William. Hubo unos instantes de silencio. William tenía miedo de lo que podría decir su amigo. Sabía que estaba haciendo algo mal y que Aron se lo reprocharía. Finalmente Aron rompió el silencio.

-No me lo creo. Sin embargo pienso que me lo podía haber esperado de ti Will. –La cara de Aron reflejaba tosa su serenidad mezclada con su típica seriedad. –Las mujeres te pueden William.

-Aron… Lo siento. –Se sentía culpable. Deseaba no ser tan débil. Bajó la mirada abatido. –Por favor, no le digas nada a Jacky.

-Tranquilo. Te guardaré el secreto. Sin embargo debes andar con pies de plomo. –William alzó la mirada sorprendido. Tardó varios segundos en reaccionar.

-Gracias Aron. Me tengo que ir. Nos vemos.

-Adiós.



William empezó a andar rápidamente hacia la salida seguido por Karen. La sala retumbaba con la misma música repetitiva que había oído toda la noche. El deseo de acostarse con Karen y pasar toda la noche en su misma cama se mezclaba con la angustia de saber que era la hermana de Jack. Aunque ya no era ninguna niña, él siempre la había visto como la hermana de su amigo. Le costaba hacerse a la idea. Karen lo rodeó con sus brazos mientras andaban.


-Esta noche soy toda toya William. –Karen le besó suavemente la nuca. –Toda tuya.



Esa noche William no volvió a pensar en Jack.

viernes, 6 de marzo de 2009

Capítulo 3: Christ

Los últimos rayos de sol se reflejaban sobre el mar del viejo muelle con debilidad. El muelle estaba totalmente desierto, en contraste con el paseo marítimo, situado a trescientos metros de ese lugar y lleno de gente que paseaba pese la poca luz. El muelle estaba prácticamente olvidado. Pocas eran ya las embarcaciones que en él reposaban. Ese espacio había perdido la utilidad. Cerca se habían construido cines y centros comerciales para revivir el comercio de la zona. A la práctica, esas instalaciones habían entorpecido aún más el tránsito de embarcaciones, condenando al el muelle al desuso.

Christ estaba sentado en un barco, vestido totalmente de negro para salir esa misma noche. Llevaba 1300 euros en el bolsillo. Era la segunda vez que lo hacía. Había empezado impulsado por Axel, su mejor amigo.

Christ tenía 35 años y pensaba que nadie merecía tener una existencia tan triste como la suya. Su trabajo consistía en ofrecer seguros de vida por teléfono durante 12 horas al día por el salario mínimo. Su madre estaba en un asilo de atención continua, esperando el momento de su muerte. Solo con su trabajo no podía pagar ese lugar. Tras haber agotado sus ahorros, Axel le había propuesto que vendiera droga. Como por arte de magia un día lo llamaron para citarlo en el metro, donde una mujer de negro le entregó la mercancía que debía vender.

La segunda vez lo habían citado en el muelle a las 9. Estaba anocheciendo y debía esperar ante el barco llamado “La Perla Azul”, hasta que le abrieran la puerta de la embarcación.

Esperaba nervioso. Llevaba encima un 90 por ciento de las ganancias de la semana anterior según lo especificado. Si perdía o le quitaban dicha cantidad, lo buscarían hasta darle muerte. Trabajaba para la Araña, una mujer que controlaba todo el mercado de la drogadicción de la urbe. La ciudad entera era de su propiedad. Eran casi 50 los hombres que vendían la mercancía que ella hacía llegar a la ciudad. El resto de traficantes, no hacían más que revender el mismo material. Cada gramo y cada pastilla que corría por las calles, antes había pasado por las manos de la Araña. En ese mundillo, Araña era sinónimo de poder.

Christ lo único que esperaba era vender suficiente droga como para poder mantener a su madre en la residencia. Mantenía la esperanza de que algún día volviera todo a la normalidad. A veces pensaba que la única alternativa era que su madre muriera, y aunque ese no era su deseo, anhelaba volver a ser feliz y retomar su vida. Odiaba ver a su adorada madre convertida en una mujer sin recuerdos. Nada lo torturaba más que ver como su madre adelgazaba día tras día bajo las sábanas de la cama donde reposaba. Deseaba que su madre volviera a ser la alegre mujer que lo había criado. Sin embargo sabía que eso era imposible.

Su verdadero sueño era triunfar en el mundo de la música. Antes tenía todo un mundo por delante, pero se había visto obligado a conseguir un trabajo fijo que le quitó todo su tiempo libre para pagar sus gastos y los de su madre. Sus instrumentos también habían sido sacrificados, vendiéndolos para hacer frente a las deudas. Su sueño se había roto en pedazos, y quería poder reconstruirlo algún día.

Se había sentado para no cansarse en la parte delantera de “La Perla Azul” cuando la puerta de la embarcación se abrió de golpe desde el interior, sin ninguna señal humana. Christ se levantó. Saltó en la cubierta del barco y empezó a bajar las escaleras hacia el interior. Estaba húmedo a causa del desgaste de la madera, y el interior era mucho más grande de lo que parecía desde el exterior, ante él estaba la Araña, vestida totalmente de negro y con un casco. Su atuendo era el propio de un motorista. Sin embargo, esa vestimenta no ocultaba su esbelto cuerpo de mujer. A su lado había un maletín.

-Dame el dinero, coge la mercancía y vete por dónde has venido.- La voz de la Araña era tan sensual como autoritaria. Christ se acercó a la mujer lentamente a la vez que sacaba el dinero del bolsillo. Entregó la suma en la mano extendida de la Araña y cogiendo el maletín se dio la vuelta. Cruzó de nuevo el interior del barco hasta salir a la superficie y bajar de la embarcación. Emprendió su ida hacia el paseo marítimo, caminando rodeado de cientos de embarcaciones que flotaban amarradas al muelle.

Así de rápido había ganado 200 euros de beneficio, otra mercancía mayor para vender y un porcentaje más grande de los beneficios. Se empezaba a ganar la confianza de la Araña.

Apenas había avanzado 100 metros cuando alguien lo arrolló, cayendo de frente contra la áspera madera del muelle.

-No grites y tal vez vivas un día más.-Un hombre, que Christ no alcanzaba a ver la cara, apretó la cabeza contra el suelo para que no se pudiera girar. Christ solamente alcanzaba a ver los ropajes del hombre. Aunque era oscuro, pudo percibir como la ropa del hombre era clara y holgada. Cuando el hombre se había abalanzado contra él, había logrado ver como llevaba un pasamontañas verde oscuro, que hacía imposible reconocer su rostro. Christ notó el frío beso de un arma rozando su cuello. Ese hombre iba enserio.-Dime donde está.

-¿Quién? ¡No se de que me habla! –Christ tenía miedo y no conseguía entender la pregunta. Su maleta, llena de heroína, estaba a pocos metros ante él. No podía perderla de vista o sería hombre muerto.

-¡La Araña, jodido capullo!—El hombre aumentó la presión que ejercía sobre la cabeza de Christ. Aunque sabía que si delataba a la mujer irían a por él, en ese momento tan solo pensaba en salir de allí con vida. Haría todo lo que ese hombre le ordenara.

-¡En el barco del que acabo de salir!¡La Perla Azul!—La respiración de Christ era entrecortada, llena de temor y desesperación. Eso había sido planeado, no era una víctima al azar. El atacante rodeó el cuello de Christ con el brazo y lo levantó del suelo repentinamente. El cañón del arma seguía pegado al cuello de Christ.

-Iremos a buscarla. —El enorme hombre que tenía cogido a Christ lo hizo avanzar hasta llegar a la embarcación de donde acababa de salir y entraron tras abrir la puerta con una patada del raptor. La puerta se astilló y cayó al suelo. Pensaba que en ese momento habría podido tratar de huir, pero no quería forcejear por miedo a que el hombre disparara.

-Es aquí.- Esperaba que con esas palabras aquel hombre lo dejara ir.

-Aquí no hay nadie. Está vacío. — Efectivamente no quedaba rastro alguno de que la Araña hubiera pasado por allí. Esa era la especialidad de esa mujer. Solo la podían encontrar cuando ella lo deseaba. — Vas a morir. Ahora eres inútil, sabe que te he encontrado.

-¡No! ¡No quiero morir! ¡Por favor! – Christ estaba totalmente desesperado. Gritaba entre llantos y se atragantaba con sus propias lágrimas. Quería vivir para cumplir su sueño. Su madre lo necesitaba. Solo se había metido en ese mundo para poder seguir viviendo. No se merecía morir.

-Tranquilo Christ, tu amigo Axel te espera. Él te delató. — Todo era culpa de Axel, si no lo hubiera conocido nunca hubiera entrado en ese mundo y nada de eso habría ocurrido. Si no hubiera hablado más con Axel, no habría sido delatado.

-¡No merezco morir! –Ese era el límite del chico, se había esfumado toda su esperanza.

-¿No mereces morir?—La voz de ese corpulento hombre sonaba más fría que el hielo.— Eres carroña Christ. Te alimentas de las debilidades de los demás para llenar tu bolsillo. Eres carroña como la Araña chico. Eres carroña y yo solo soy el cuervo que aparta la carroña como tú de este mundo. Soy el cuervo, Christ.

El cuervo apretó el gatillo. Christ no tuvo tiempo ni de gritar. El silenciador quito de ese momento todo el dramatismo para convertirlo en un silencioso y definitivo final. Tras el disparo el único sonido que oyó el Cuervo fue el sonido que hizo el cadáver de Christ al caer al suelo. Luego todo era silencio.

Los sueños de Christ ya no existían.

viernes, 27 de febrero de 2009

Capítulo 2: Aron (ATENCION: LENGUAJE SEXUALMENTE EXPLÍCITO

Las calles de esa zona de la ciudad eran sucias y estrechas. Aron no tenía miedo de ir por allí por muy oscuro que estuviera, era un barrio demasiado pobre como para que alguien buscara una víctima de hurto. Aparentemente, ese barrio tan solo era un barrio dormitorio. Miles de trabajadores dormían por la noche para despertar al día siguiente, listos para fichar y enfrascarse en su monotonía. Aparentemente ese agujero era un pozo de la sociedad.
Realmente la mitad de esas casas ya no cumplían tal función, habían sido ocupadas por anarquistas y drogadictos que pasaban allí día y noche, o bien eran pequeños negocios ilegales en busca de un poco de discreción. Había sido una noche movida y Aron tan solo buscaba poder relajarse un poco.



- No está mal el Scotish, la música un poco cutre, pero hay un montón de tías. — Dijo William mientras salían del Schotish Beer.
-Sin duda hay mucha más gente que en el Black Belt. Está bien cambiar un poco de aires.— Aron salía por la puerta mientras bebía lo que le quedaba de su cubalibre para tirar el vaso al suelo.—Lo dicho, la semana que viene nos traemos a Jack. Seguro que se olvida de todas sus penas.

Los dos amigos empezaron a caminar por la calle, ahora llena de gente que salía de los bares. Andaban enfrascados en su mente y en silencio sepulcral. Aron trataba de colocar los recuerdos de toda esa noche tan intensa con una sonrisa en la boca. Había conseguido el teléfono de una chica y conocido a dos de sus amigas. Eso era lo que él llamaba una noche productiva. Sabía que lo más probable sería que no la llamara nunca, pero en cierta manera, se sentía bien consigo mismo. Sin duda esos últimos días de su existencia había vivido tan solo para disfrutar cada momento. Se había instalado en casa de un antiguo amigo de su infancia a quién le pagaba un alquiler. Había dejado definitivamente los estudios y se había puesto a trabajar de peón en una obra, donde sin duda le dieron trabajo gracias a su robusto cuerpo. Por suerte era un trabajo por horas, de modo que aunque estuviera enfermo, como pasaba muchas veces, no lo despedían por no acudir al trabajo. Era un trabajo mal pagado, pero para él era suficiente. Su madre le mandaba dinero, de modo que sus ganancias eran para disfrutarlas tanto como pudiera. En esos últimos días, Aron pensaba que nadie en el mundo podía vivir mejor que él.

-El resto del camino lo harás solo, tengo una cita. —Habían llegado a la boca de metro, y Aron dejaba solo a William. Había quedado.
-¿Cómo? ¿Tienes una cita y no me habías dicho nada? ¿Tienes novia?
-No es exactamente una novia. – A Aron le hizo gracia la reacción de William.—Te lo contaré cuando seas mayor.
-Esta me la pagaras otro día, hoy disfruta de tu cita.—William aún sonreía.
-Nos vemos.

William y Aron se dieron la mano y acto seguido Aron vió como el pelo alborotado de su amigo se movía mientras bajaba las escaleras. Él retomó el rumbo que llevaban antes.

Tardó veinte minutos caminando hasta llegar a esa estrecha calle. Se paró en el número 80. La puerta era vieja, aunque podría abrirse si le daba una patada, llamó al timbre del segundo piso. Aguantó el dedo tres segundos en el pulsador. Después aguardó para conseguir una respuesta.
-Llegas muy pronto tigre, se nota que estás impaciente.— Dijo una voz femenina muy sensual. Se oyó un ruido desagradable y la puerta se abrió. Aron la acabó de abrir con un empujón que hizo tintinear la barandilla de la escalera. Empezó a subir hasta el segundo piso con paso calmado. No quería parecer demasiado impaciente. Elisa esperaba delante de la puerta, hizo una mueca de sorpresa al ver a Aron. El chico se anticipó a dar explicaciones:
-Sé que no pedí cita, pero tenía ganas de verte.
-No funciona así chaval, en quince minutos tengo una cita. No todo gira a tu alrededor.- Elisa estaba enojada. Aron rebuscó con calma en su bolsillo hasta dar con un fajo de billetes atados con una goma elástica.se los entregó a Elisa mientras entraba por la puerta de la casa.— Has tenido suerte pequeño, creo que acabo de cancelar mi cita—Dijo a la vez que contaba el dinero.

La casa tenía dos partes. La primera de ellas era una sala de estar enorme y estaba a la vista de los clientes. Disponía de una cama y un gran mueble con estanterías llenas de CDs , un enorme equipo de música, una selección de películas porno, y un televisor increíblemente gigantesco. El resto de la casa nunca había sido visto por ningún cliente de Elisa. Ambas partes tan solo estaban unidas por una puerta, la puerta que Elisa cruzó.

-Ahora estoy contigo chaval, voy a llamar a ese perdedor para que no pierda su triste tiempo. — Aron se tumbó en la cama del medio de la sala y se quitó la camiseta.

Todo había empezado hacía un mes, y aunque hasta entonces no lo sabía, todo había tenido sentido durante ese tiempo. Nunca había logrado entender como siendo un chico corpulento era tan enfermizo. A veces incluso pasaba días en cama. Hacía un mes que había empezado a vivir la vida. Un mes atrás, impulsado por el entusiasmo de Jack y William habían ido los tres a donar sangre al ver una campaña publicitaria. Ocurrió rápido. Tres días después de la donación recibió una carta. Su sangre había sido descartada para cualquier donación. Tenía sida.

No quería de ninguna manera vivir en un hospital el resto de su vida. Sabía que moriría pronto, y quería disfrutar al máximo el tiempo que le quedaba. Pasado el mal tragó trató de pensar como se había contagiado. Nunca conoció a su padre, tal vez fuera ese el motivo. En ese caso su madre también estaría infectada. No le dijo nada, no quería que se preocupara por él. También cavía la posibilidad que si lo decía a su madre ésta llegara a la misma conclusión, que ambos tenían sida. En parte necesitaba echarle las culpas a su padre, al padre que nunca había conocido. Ofuscado por la idea de que si contaba algo lo contendrían en un hospital y lo llenarían a pastillas, decidió gastar su tiempo en disfrutar al máximo.

Ahora vivía como nunca lo había hecho antes. Tal vez era más feliz que nunca.

-Buenas noticias, mi otro cliente volverá mañana. Me tienes toda para ti.—Dijo la prostituta vestida solo con ropa interior. Se acercó a Aron hasta sentarse a su lado en la cama.— Cuéntame que te ha pasado por la cabeza para venir hasta aquí. – Elisa era una chica realmente atractiva. Aron pensaba que era un milagro que su cuerpo no se hubiera dejado con el paso del tiempo. Aunque tuviera más de treinta años, pensaba que era la mujer más sensual que había visto nunca.

-Después del otro día necesitaba volver a por más.
-Espero que no te estés colgando de mí o te harás daño pequeño. ¿No te importa que ponga música verdad?—Sin esperar respuesta alguna, Elisa se levantó de la cama i se dirigió al único mueble que había en la sala a parte de la cama. Pasó el dedo por los lomos de todos los CDs hasta dar con uno muy concreto: Nevermind. Encendió el aparato de música, sacó el CD de su caja y lo introdujo en la bandeja. En unos segundos la música inundaba el ambiente como un tenue manto. “Smell like teen spirit” era la canción.

-¿Nirvana?
-Exacto pequeño. Aún no habías nacido apenas cuando empezaron.—Elisa cogió un preservativo de encima de una de las estanterías y volvió hasta la cama andando al compás de la batería de la canción. Se estiró junto a Aron y se quitó la ropa interior hasta quedarse totalmente desnuda junto a Aron.
-¿Qué tratas de decir con eso?—Aron empezó a acariciar el cuerpo desnudo de Elisa.
--Escucha esta canción. Su letra apenas tiene sentido alguno. Kurt Cobain cogió partes de poemas que le gustaban y las juntó.— La prostituta empezó a acariciarle el miembro bajo el pantalón.—A veces las cosas carecen de sentido, pero eso las hace más bellas. Eres pequeño para entenderlo.— A Aron le fastidiaba que siempre lo tratara como a un crio llamándolo pequeño. Sabía que si no lo llamaba por su nombre, era porqué no le importaba lo más mínimo como se llamara. Solo le interesaba el dinero y entretenerse un rato con cháchara inútil.

Pensaba que así eran las putas.

-Kurt Cobain murió joven. En el fondo todo esto no le sirvió de nada.—Las palabras de Aron pretendían fingir una dureza que realmente en ese instante no tenía.
-Lo importante no es el tiempo que vivimos, pequeño. Lo importante es como lo vives. –Elisa empezó a deslizar sus labios por el torso desnudo de Aron hasta llegar a la entrepierna. Le quitó los pantalones y los calzoncillos. El chico notó como el frio de un preservativo se deslizaba por su miembro. Acto seguido, pudo notar la humedad de la boca de Elisa.

Aron, mientras disfrutaba la felación, reflexionaba en lo que acababa de decir Elisa hacía unos instantes. Moriría joven como Kurt Cobain, pero él tenía una ventaja: ya sabía que tan solo duraría unos pocos años más. Debía disfrutar tanto como pudiera. Debía pasar esa noche tan bien como le fuera posible. Cogió a Elisa por los hombros y la estiró a su lado para después montarse encima.
-Vamos pequeño, fóllame como tú sabes.—Aron se cogió el miembro y lo introdujo súbitamente en la vagina de Elisa, quien gimió con fuerza.

De fondo, por encima de los gemidos de placer, sonaba “in bloom”.





Aron salió por la puerta de la vieja casa de Elisa. Había estado fingiendo dormir un rato al lado de la mujer hasta que pensó que era hora de irse. Mientras la puta dormía con una belleza angelical, se levantó para apagar la música y se vistió silenciosamente. Dio un último vistazo a la chica desnuda. Los juguetones rayos de sol que se filtraban por la ventana le acariciaban la piel. Era hermosa.

La calle seguía tan vacía como hacía unas horas. La única diferencia era que con la luz del sol todo parecía más sucio. Caminó hasta la esquina y se volvió para mirar la casa donde acababa de estar con Elisa. Nada le gustaba más que hacer el amor con esa mujer y esperaba el momento de volverla a ver. Era el chico más feliz del mundo, pero algo le atormentaba en el fondo de su ser. Temía poder enamorarse de Elisa

viernes, 20 de febrero de 2009

Capítulo 1: JACK

Bajó las estrechas escaleras seguido de sus amigos. Como cada sábado. El ambiente era cargado y se respiraba un penetrante olor a tabaco. Como cada sábado. El bar estaba medio lleno y la gente se movía al compás del rock que sonaba. Las voces de la muchedumbre ahogaban la música hasta convertirla en un susurro. Jack se sentó en la mesa de siempre, situada en la esquina del local. Sus dos compañeros lo siguieron.


­- Cada vez viene menos gente, ¿eh Jacky?-- Le dijo William mientras se sentaba en una silla

- Tal vez deberíamos ir al Schotish Beer, se está poniendo de moda. —Propuso Aron. Jack conocía a sus dos amigos desde la infancia, sabía cuánto les gustaban las mujeres, y en ese local cada vez había menos. Sin embargo quería quedarse en el Black Belt, no podía permitir dejar ese lugar de lado.

- No jodais. Sabéis que en ese puto bar solo ponen música enlatada. — No lo podía permitir.

-¿Qué coño te pasa? Sabes tan bien como nosotros que aquí ya no hay ni la mitad de gente que antes. Esto se hunde Jack, y tú no eres el capitán. –Aron era impulsivo como ningún otro. Últimamente vivía bajo el ideal de disfrutar la vida con prisa e intensidad. Jack nunca había conocido a alguien tan sincero y tan poco escrupuloso a la vez.

-­­­­Llevamos más de medio año viniendo aquí ¿tan poco te importa eso?— Se dirigió hacia William, esperaba que él lo apoyara. Sabía que él aún guardaría un poco de valor sentimental por el Black Belt.

-Debes entenderlo Jacky, este sitio va a peor. —William siempre lo llamaba así. Era el tipo de persona que siempre estaba para ayudar. Comprensivo y alegre, era el pequeño centro de ánimo del grupo.

Apenas eran unos críos cuando fueron por primera vez al Black Belt. Jack siempre se acordaría de esa noche. Estaban asustados y olían a miedo. Durante esos 8 meses en los que habían acudido religiosamente cada sábado, ese lugar había visto sus mejores y peores momentos. Allí William probó su primera mujer. Se hicieron sus primeras cicatrices por culpa de la afilada lengua de Aron. Allí fue donde Jack se enfrentó al abismo de estar solo después de cortar con su chica. Había decidido seguir adelante en esa misma mesa, al lado de sus amigos. . Esas historias y más formaban parte de los momentos más intensos de la vida de Jack. El Black Belt había sido siempre el escenario de sus últimos recuerdos, siempre lleno de clientes variopintos. Últimamente solo lucía gente que parecía tan olvidada como el propio local.

-No os entiendo a vosotros. No sé como podéis tener tan poco aprecio a este lugar. ¿Qué le diréis a Tony?—Anthony era el gigante negro, el dueño del Black Belt. Siempre vestido de luto y enorme como la puerta de entrada. Hacia 6 meses que habían empezado a hablar con él cada noche. Aunque siempre hablaban, nunca le habían preguntado por qué iba de luto. En unos minutos llegaría. Steve el camarero abría el bar por él. Jack tenía ganas de ver la enorme sombra de Tony bajando por las escaleras. Tal vez así los chicos recapacitarían.

-¿No te irás por él? No somos nadie para Tony, tan solo unos clientes más.- Sabía que Aron tenía razón. — No pongas excusas.—Jack apoyó el codo en la mesa para poder aguantarse la cabeza. Con los dedos se presionó los ojos, quería que eso acabara.- ¿No me oyes o qué?

-¡Vale!- Jack sacudió con fuerza el aire.- Id al Scotish Beer si tantas ganas tenéis, yo me quedaré aquí para hablar con Tony por última vez. —Notó la mano tranquilizadora de William en su hombro.

-Tranquilo, ¿estás seguro de que no quieres venirte ya?

-No. Quiero hablar con todo pos última vez. Necesito hablar con Tony y Steve. Me podéis dejar solo, no le diré que ahora iremos al Scotish Berr, tranquilos.

-Como quieras, pero te queremos ver con nosotros en el Schotish el próximo sábado—Aron se levantó seguido de William.— ¿Estarás bien?

-Si

-¿Seguro?—Aron siempre se preocupaba por la seguridad de sus dos amigos.

-Seguro.

-Hasta pronto.

Jack vio como sus amigos recorrían el local hasta llegar a las escaleras. Antes de subir Aron se giró, miró a Jack un par de segundos y después reanudó su marcha. Se había quedado solo en la mesa. Observó su alrededor mientras escuchaba los primeros acordes de “Highway to Hell”. No veía a nadie conocido. Bajó la cabeza. El mundo parecía haberse girado en su contra. No volvería a ver esas paredes negras que tantos momentos habían compartido con él. Se sentía traicionado. Solo y traicionado.

-¿Que te pongo?, ¿Una cerveza como siempre?—Steve le sorprendió. Era un chico no muy mayor que Jack, que destacaba por su atractivo. –¿No vendrán hoy Aron y William?

-No, estamos un poco ocupados con los exámenes. Venia para decirle a Tony que no vendremos por un tiempo. — Esperaba que poco a poco se acostumbraran a que no fueran por el Black Belt hasta que se olvidaran de ellos.

-Últimamente Tony está cabizbajo aunque no lo muestre. Pero es fuerte, encontrará la manera de que esto se llene de nuevo. Así volveréis otra vez.—A Jack se le heló la sangre. No entendía como podía saberlo.

-¿Qué? ¿Qué estás diciendo?—Steve dejó su bandeja en la mesa y se sentó ante Jack.

-Llevamos más de un mes que nos pasa lo mismo. Lo entendemos, sabemos que es cuestión de modas. Yo también soy joven, hubiera hecho lo mismo. — El camarero sonrió y cogió la mano de Jack.—Tranquilo, se lo puedes contar a Tony, es comprensivo y recuerda mejor que nadie como es tener nuestra edad.

-No sabes lo difícil que me resulta despedirme de vosotros.— Jack volvió a apoyar la cabeza en sus manos para taparse los ojos, apartando la mano de Steve. Deseaba que eso no estuviera ocurriendo.

-Siempre te encariñas demasiado con la gente. Me acuerdo el numerito que montaste cuando te dejó esa puta. — Jack levantó la vista inmediatamente.

-Era mi novia Steve, la quería. — Ese comentario le había molestado enormemente. Esa noche lo había pasado muy mal.

-La vida sigue sin ella, igual que seguirá sin nosotros.—Steve hizo la mejor de sus sonrisas. Realmente era atractivo.-- Ahora te traigo una cerveza. Esta invito yo.— Steve se levantó mientras cogía su bandeja

Momentos de reflexión. ¿Cómo podía a Steve importarle tan poco? Jack pensó que estaría acostumbrado, y que evidentemente Aron tenía razón, tan solo era un cliente más para el Black Belt. Él había ubicado allí sus recuerdos, pero para ese lugar solo era uno más.

-Te dejo aquí la cerveza y me voy, que tengo trabajo. --Steve pasó como un rayo y sus palabras sonaron más vacías que nunca. – Espero que hablemos antes de que cerremos.

Jack calló como si no hubiera oído nada. Decepcionado, cogió su cerveza y dio un gran trago. Notó el frescor de la bebida recorriendo su garganta. Estaba acostumbrado al alcohol, necesitaría algo más para abandonar la sobriedad. Empezaron a retumbar por todo el local las primeras notas de bajo de “Hysteria”.

-¡Sara! ¡Cambia esa puta música!—Jack reconoció la voz del gigante negro, como lo había apodado William. — Pon algo más adecuado para mis oídos.—Las primeras notas de “One” empezaron a sonar mientras Tony se acercaba a la mesa de la esquina-- ¡Jack! ¿Dónde diablos se han metido tus colegas? ¿No me digas que ya están echando la pota?—Tony se sentó ante Jack.

-Tenemos que hablar Tony.— Dio otro trago a la cerveza y observó a Tony—Los chicos quieren que al partir de ahora vayamos al Schotish Beer los sábados.—Un escalofrío recorrió la espalda del chico al ver el rostro inmóvil y serio de Tony.

-Sabía que algún día ocurriría. En este oficio todo el mundo viene, y algún día se va. –Tony soltó una gran carcajada para sorpresa de Jack.- ¿Sabes porque voy siempre de luto Jack? – La pregunta sorprendió al chico gratamente.

-No tengo ni idea…

-Hace 2 años, antes de que abriera el bar, murieron mi mujer y mi hija.- Jack quedó perplejo ante la noticia de Tony. El rostro del gigante se tornó casi inexpresivo

-Nunca nos habías contado nada.

-Ese no es el motivo Jack.- Su cara se volvió más seria que nunca bajo su espesa melena rubia. – Voy de luto para no olvidar que el mal siempre está presente, y que cada día puede ocurrir algo que te cambie la vida para siempre, y la verdadera fuerza está en superarlo y seguir adelante.- Jack miraba fijamente a Tony tratando de asimilar la reflexión.- Tal vez eres demasiado joven para comprenderlo.

-Creo que lo he entendido.

-Volveréis algún día, haré que esto vuelva a funcionar. No sabes cómo me reconforta que hayas querido hablar conmigo.- Las palabras del dueño del local dieron ánimos a Jack.

-No podría irme sin más después de todo este tiempo.- Ambos se sonrieron.

-Te daré una cosa.- De la camisa del bolsillo sacó una tarjeta que tiró encima de la mesa.- Éste es mi número de teléfono, por si algún día necesitas el consejo de un amigo que haya vivido la vida. – Jack miró la tarjeta, ponía el nombre completo de Tony, la dirección del Black Belt y un número de teléfono móvil.

-En un mes te llamaré, te contaré como nos va todo, te contaré si puedo convencer a Aron y William para que volvamos. – Volvieron a sonreír mientras el chico se guardaba la tarjeta en el bolsillo del pantalón.

-Esperaré tu llamada Jack.

El chico satisfecho dio el último trago de cerveza del vaso, y al mirar a Tony vió que a sus espaldas había alguien familiar. Una chica, no sabía su nombre. Movía su larga cabellera morena al compás de “Hey Joe”. Había visto a esa chica desde que fue por primera vez al bar.

-Me tengo que ir Tony.-Se levantó súbitamente y ofreció la mano al gigante.

-La última cerveza no se le cobra a un amigo.- Hubiera bromeado diciendo que Steve le había dicho lo mismo, pero necesitaba irse. Se dieron las manos y Jack empezó a andar.

-Te llamaré.

Jack cruzó la sala con la mirada fija en las escaleras. Quería salir de allí en ese mismo instante. Cada paso era una eternidad. De fondo se oía el brillante solo de Jimi Hendrix, pero él estaba demasiado concentrado. El humo era más molesto que nunca y la oscuridad lo entorpecía como no lo había hecho antes. Se sentía débil, tenía ganas de respirar aire fresco. Finalmente llegó a las escaleras y las subió una a una para que Tony no notara como de nervioso estaba. Cuando llegó a la puerta de salida la abrió con rapidez y salió al exterior. No había nadie, la calle estaba desierta. Todo el mundo estaba bebiendo en los bares de la zona menos él. Se sentó al lado de la puerta, bajo un cartel que ponía “BLACK BELT” en letras brillantes sobre un fondo negro. Se tapó los ojos con las manos y empezó a llorar en silencio.


Esa chica, esa chica de la que no sabía el nombre, la había visto desde el primer día. Era atractiva sin duda, aunque nunca había tenido valor para decirle nada. Esa chica de la que no conocía más que el rostro no la volvería a ver. Esa chica de la que estaba perdidamente enamorado era la razón de su llanto.