viernes, 20 de marzo de 2009

Capítulo 5: Jack

Jack no había podido más. Se había despedido de Aron con la excusa de que le dolía la cabeza mientras William pedía su característico gin tonic. No quería enfrentarse a William. Su amigo lo habría tratado de animar inútilmente y se sentiría aún más culpable.


La calle estaba llena de gente que bebía su último trago mientras volvían a casa. Era ya muy tarde y algunos bares, los menos recurridos, empezaban a cerrar. Para decepción de Jack, el Scothis Beer seguía abierto. Instintivamente empezó a andar en el más orgánico de los movimientos. Mientras, reflexionaba acerca de su situación. Había pasado toda la semana pensando que se acostumbraría al Scothis y que acabaría siendo lo que antes era el bar de Tony. Pensaba que tal vez se desengañaría y disfrutaría tanto como sus amigos. Incluso pensaba que sus amigos podrían ver que el Black Belt les gustaba muchísimo más. Esa noche todos esos pensamientos habían desaparecido.


Había permanecido toda la noche enfrascado en su mente. Imaginaba el Black Belt vacío esperando su llegada, y Tony en un rincón abatido. Incluso podía ver a esa chica de la que no conocía el nombre buscándolo inútilmente. Esa noche había sido muy larga.
En contraposición, sus amigos habían pasado una gran noche. Aron había hablado con muchas chicas durante horas y William había ido a los servicios con muchas otras. No entendía como su amigo podía conseguir sexo tan fácilmente. Sin embargo estaba seguro de que no estaban dispuestos a volver al Black Belt.


Al cabo de unos minutos andando, sin saber cómo, había llegado involuntariamente al Black Belt. Se quedó parado mirando el bar. Entonces salió por la puerta la chica de siempre. Se cruzaron. Aunque se habían visto cada sábado no lo reconoció, ni le dedicó una mirada. Jack no se movió. Detrás de la chica alguien más subía las escaleras.

-No corras tanto Kitty- Era un chico que se esforzaba en subir las escaleras para seguir a su compañera. Pasó ante Jack, quien se giró justo a tiempo para ver un beso entre los dos. Kitty y un desconocido.
La pareja empezó a andar ante la mirada petrificada de Jack hasta que doblaron la esquina. El chico se hundió completamente. Se volvió a sentar bajo el letrero que anunciaba “Black Belt”, igual que la semana pasada. Tenía la mirada fija hacia delante y podía notar como el frio del suelo y del ambiente se apoderaba cada vez más de él. Sabía el nombre de esa chica, se llama Kitty. Ese nombre resonaba en su cabeza como si tratara de advertirle de algo que se le escapaba. También sabía que esa noche, Kitty no estaría sola. Cada vez notaba su cuerpo más helado.


La primera vez que fue al Black Belt no había podido evitar fijarse en Kitty. Aquella noche esa chica reía con su hermosa sonrisa, mientras bailaba al compás de Fairies Wear Boots. Jack solo comparaba su belleza con los ojos de esa misma chica. Siempre que Jack iba al Black Belt esperaba poderla ver. Aunque había salido con Rahne, siempre pensaba en ver a Kitty para que esta no se alejara. Había sufrido mucho al cortar con Rahne, sin embargo había pensado que era una oportunidad para conocer a la chica misteriosa. Ahora sabía que se llamaba Kitty, y que esa misma noche, mientras él lloraba, haría el amor con otro.


-Dios mío. Es imposible perderte de vista. –Jack alzó la vista y pudo ver el rostro sonriente de Steve. Una lágrima de felicidad pobló su mejilla mientras el rostro se le iluminaba. Jack era feliz de ver a un amigo. Ya había olvidado las palabras que tanto le habían molestado la semana pasada. – Vamos, entra. Vamos a charlar un rato.
-Vale. –Jack se levantó mientras se secaba las lágrimas con la muñeca y entró por la puerta del local seguido de Steve, quien cerró la puerta metálica con llave. Empezaron a bajar las escaleras. – ¿Habéis cerrado ya? –Jack quería sacar cosas claras.
-Ahora te lo explicaré todo. –Steve empezó a bajar las escaleras. Jack le siguió confundido.


El bar estaba muy limpio, incluso demasiado. Siempre que Jack había visto el cierre del Black Belt, este estaba sucio, siendo la prueba de la diversión que allí había tenido lugar. Si todo estaba tan ordenado era señal de que habían ido pocos clientes. La luz estaba encendida, dañándole la vista al chico al llegar a la gran sala. No era normal que hubieran encendido la luz tan pronto. Sara, la compañera de trabajo de Steve, contaba el dinero de la caja. Sara no era muy atractiva, sin embargo siempre mostraba su gran simpatía. Jack pensaba que era la mujer más amable que había conocido. Era sin duda la mujer ideal para cualquier hombre, siempre dispuesta a animar a todo el mundo. Sin embargo esa noche Sara lucía un rostro taciturno.
Miro a Steve sin fijarse en la presencia de Jack.

-Nunca habíamos recaudado tan poco. – Jack se quedó mudo.
-Tranquila Sara. Tony pondrá remedio pronto. Lo llamaremos y pondrá algún remedio. – Esas palabras hicieron que Jack notara la ausencia del gigante.
-¿Dónde está Tony? –Steve siguió andando mientras el chico lo seguía hasta sentarse amos en la barra. Steve no contestó. -- ¿No está?—Nunca había visto una noche en el Black Belt en la que no estuviera Tony.
-Dijo que se encontraba mal. Es raro en él. Dijo que reflexionaría en como reavivar el negocio. –Sara contestó en el lugar de Steve, quien pensaba silenciosamente apoyado en la barra.
-¿Pero qué está pasando? ¿Por qué está todo tan vacío? –Jack pensaba que todo estaba cambiando demasiado violentamente. La semana pasada el local aún tenía vida. Esa noche estaba olvidado. Steve se giró perezosamente hacia Jack.
-Te lo contaremos Jack. Pero no puedes hablarlo con nadie. – Steve se puso serio. No era el mismo de siempre.
-Te lo prometo Steve. Puedes confiar en mí. –Jack tenía miedo. Se sentía estúpido al tener esa sensación. Se veía a sí mismo como un crio idiota esperando un cuento de brujas.
-Todos los bares de la zona están igual. Todos menos el jodido Scotish Beer. Antes los bares eran legales Jack. Tony habló con los demás propietarios para no permitir camellos en sus locales y hacer una competencia limpia y sin problemas con la policía. –Steve permanecía con la mirada fija en Jack.
-¿Y por qué el Scotish Beer está tan lleno? –Preguntó Jack. Sara tomó la palabra a su compañero.
-Llegaron hace poco y se negaron a acatar el pacto. Sobornan a la policía, eso es lo que creemos. Allí van todos los putos camellos, los drogadictos y algunos que solo busca pasar el rato rodeados de gente. El lugar es enorme, y cada vez arrastran más clientes de los alrededores. Solo los consumidores más fieles se niegan a ir. – Jack estaba helado. Eso significaba que el Black Belt cerraría. No veía ninguna alternativa.
-¿Qué piensa hacer Tony al respecto?
-No lo sabemos exactamente. –Sara contestó rápido. Parecía un intento de desviar la conversación. Steve se armó de coraje para añadir más información.
-Pensamos que permitirá la venta de drogas en el Black Belt. –Un silencio inundó la sala. De fondo se oía como un murmullo los gritos de la gente de la calle. Jack trataba de pensar lo que aquello suponía. Era la última alternativa, pero si la policía lo detenía se cerraría el negocio. Steve cogió aire y rompió el silencio. –Se ha hecho tarde. Tenemos que irnos. Sara, te llevo en mi coche. –Se dirigió a Jack. --¿Te vienes? –El joven se alejó de sus pensamientos para volver a la realidad.
-No. Mejor vuelvo en metro. Así me aireo un poco en la calle. –Jack estaba triste y cansado. -- Necesito pensar. –Demasiadas malas experiencias esa noche. No le había ido bien en el Scotish, había visto a Kitty con otro y había descubierto la verdadera situación del Black Belt.
-Como quieras. –Steve le apretó el hombro cariñosamente y le sonrió. –Vuelve la semana que viene. Tendré un regalo que te alegrará. Hasta entonces, pásatelo bien. Seguimos aquí.

Las palabras de Steve le dieron fuerzas a Jack para animarse un poco. Esperaba con ansias el transcurso de una nueva semana para ver que tenía para él Steve.

viernes, 13 de marzo de 2009

CAPÍTULO 4: William

William salió del lavabo junto a una chica de la cual no sabía el nombre. Recordaba que esa chica tenía un estúpido nombre de niña pija, de esos que había preferido no conocer. Su nombre era lo que menos le importaba. Sin despedirse de ella cruzó el local para ir a la mesa donde estaban sentados Jack y Aron.


-Estás hecho un fiera. — Aron sonreía acomodado en su silla con un cubalibre en la mano. William se sentó a su lado.

-Solo debes saber que teclas tocar pequeño Aron.—El chico se sentó en la silla que quedaba libre para después hablar con Jack. –Que te parece el Scotish Jacky? – Su amigo había estado callado toda la noche. Desde el momento en que se habían saludado donde siempre para coger el metro, no había vuelto a decir palabra.

-La música es una mierda. No entiendo como seguimos aquí rodeados de esta gentuza snob. –William lo entendía. Desde su llegada la música no había cambiado. La misma música electrónica repetitiva sin ningún sentimiento. William solo quería que Jack se animara, pero su amigo no parecía poner de su parte.

-Te diré porqué Jacky: Coños. Esto está lleno de tías en busca de sementales como nosotros. -- William colocó su codo en la entrepierna simulando con el brazo un descomunal pene. Rió junto a Aron a carcajadas ante la inexpresividad de Jack. –Voy a buscar algo de beber.



No podía aguantar más ese estado en el que Jack estaba sumido. Debía irse y despejarse un poco. Había sido él quien lo había alejado del local que amaba. Se sentía culpable, pero no podía hacer más. William pasó entre la multitud hasta llegar a la barra del local. Una decena de adolescentes menores que él estaban apoyados en ella mirando las chicas que bailaban en medio del bar. Todos ellos exhibían su bebida alcohólica como si fuera su trofeo, una muestra de su hombría. William se abrió paso forzosamente para poder apoyar los codos en la barra y pedir.


-Ponme un gin tonic. No te entretengas mucho. – El barman, un hombre enorme y de aspecto rudo, lo miró con mala cara. Antes sus amigos habían tardado 10 minutos en conseguir su bebida. En ese bar no servían las mesas como en el Black Belt.


Mientras estaba observando como el barman hacía su trabajo, alguien le apretó el hombro. Se giró con tranquilidad dejando un codo en la mesa y vio la hermosa sonrisa de Karen, la hermana de Jack. No podía creer que estuviera allí. Veía a Karen demasiado pequeña como para acudir a esos locales. Si su amigo sabía algo de la presencia de su hermana se volvería loco. William pensaba que Jack era demasiado protector.


-¿Qué haces aquí Karen? –William trataba de intimidar a la chica. Ella debía saber que no podía estar allí. No quería causarle más problemas a Jack. La chica volvió a sonreír. Aunque su cuerpo no era el de una mujer, su rostro era hermoso.

-Te buscaba. Me han hablado de ti. Vamos al lavabo antes de que nos vea mi hermano. –William sabía lo que la chica quería. Tal vez si iba con ella podría persuadirla. Lo primero era que Jack no la viera. Aún menos junto a William.

-Vamos. –Dejó de lado el Gin tonic que había pedido y que el barman no había ni siquiera empezado a preparar. Siguió a Karen hasta la puerta del lavabo, situada cerca de la barra. Entraron en el de hombres, que tenía fama de estar menos transitado. No había nadie. Entraron en un retrete y cerraron la puerta.


-¿Cuánto cuestan? –Evidentemente Karen hablaba de las pastillas que vendía William. Ese era el motivo por el cual había apoyado a Aron para ir al Schotish. No quería vender la mercancía de la Araña poniendo en peligro el bar de Tony. Además el Schotish tenía más clientes, y estos tenían mucho más dinero. Un centenar de jóvenes cansados por el dinero que sus padres les daban, en substitución de su presencia, y que daban a cambio de droga. Era una forma cara de encontrar emociones nuevas. Para William era un negocio seguro. La semana anterior se había sacado 200 euros y pretendía sacarse más esta semana.

-No te pienso vender nada Karen. Jack es mi mejor amigo. No puedo hacerle esto. — La chica se apresuró a contestar.

-No son para mí. Mis amigas pensaron que me las dejarías más baratas. Son para ellas. — William había hablado algunas veces con Karen y pensaba que era sincera. Sin embargo en ese momento no quería arriesgarse.

-Lo siento Karen, no puedo fiarme. Entiéndeme. —Sara miró a William lujuriosamente.

-Si quieres estar seguro de que yo no tomo nada, puedes vigilarme toda la noche. –La mano de Karen se deslizó por el torso de William mientras ella se acercaba cada vez más. En unos segundos sus caras se rozaban y la mano de Karen acariciaba la dura entrepierna de William. Las mujeres habían sido siempre el punto débil del chico. Trató impetuosamente mantener la templanza.

-No puedo hacerlo Karen. Eres la hermana de mi mejor amigo.—La voz antes firme de William se había vuelto insegura y entrecortada.

-Seguro que no puedes?



Los labios de ambos se juntaron besándose en un primer contacto. Karen tomó la iniciativa y prolongó el beso unos instantes más. Sus labios se frotaron con pasión mientras sus lenguas se acariciaban excitándolos cada vez más. Aunque el chico sabía que estaba mal, quería prolongar esos diminutos instantes de placer. Karen era entregada y besaba como ninguna otra chica de su edad. Siguieron allí varios segundos, sumidos en su pequeño momento en el paraíso. Finalmente William se templó y apartó sus labios lentamente para poder hablar mientras cogía con cariño la cabeza de Karen con las puntas de los dedos.



-De acuerdo. Pero no se puede enterar de nada tu hermano. –La voz de William temblaba. Tenía miedo de estar hiriendo a su amigo, pero era lo que su mente le mandaba que hiciera. Quería pensar que no era culpa suya, que Karen lo había incitado. No podía resistirse a las chicas, era su eterno esclavo.

-Mis amigas y yo vamos a una casa cerca de aquí para acabar la noche. Nos vemos en la puerta en cinco minutos. Sal tu primero y cuéntale alguna excusa a mi hermano y asegúrate de que no nos vea.

-Karen…--William, con el rostro preocupado, vaciló un momento.

-Dime. —La voz seguro de Karen intimidó a William. Desearia haber dicho que no quería ir con ella. Desearía haberle dicho que debería estar en casa y mandarla a dormir. Sin embargo trató de dar otra respuesta. Deseaba a Karen del mismo modo que todas las mujeres del local. Anhelaba la pasión que le suscitaba el contacto con una hembra.

-Mejor que… - Las palabras de William no conseguían agruparse en su mente. Trató de pensar rápido. – Mejor que sean diez minutos. Nos vemos en 10 minutos en la puerta.

-Como quieras. –Karen era muy autoritaria y eso preocupaba a William. Realmente deseaba con todo su ser acostarse con ella. Sin embargo no podía olvidar que era la hermana de Jack. El instinto le podía y Karen sabía que él estaba a su disposición.



Salió por la puerta rápidamente para ir a hablar con Jack, quien no podía verle con su hermana. Se dirigió rápidamente a la mesa donde había visto a sus amigos por última vez. Se sorprendió al ver solamente a Aron tosiendo ruidosamente sobre la mesa.



-Chico, ¿Te pasa algo? ¿Se te fue el cubata por el otro lado?—Aron tosió una última y ruidosa vez y se dirigió a William

-No, tranquilo. Solo que últimamente ando un poco resfriado.

-Vaya, a ver si te cuidas. Esta noche a dormir prontito. –Sonrió un poco para quitarle importancia al tema que estaba a punto de abordar. --¿Dónde está Jacky? – Entonces William tuvo un escalofrío. Tal vez su amigo le había visto entrando en el lavabo con su hermana y se había ido indignado. Tenía miedo de haber herido a Jack y haber destrozado su amistad.

-No se acostumbra a este lugar. Quería volver al Black Belt para saber si todo seguía igual. Ha dicho que la semana que viene estaría más relajado, que tiene que hacerlo poco a poco. –William suspiró aliviado. –Yo no tardaré en irme. Tengo una cita. Solo esperaba para decirte que Jack se había ido y yo no podía quedarme más tiempo.

-Yo me tengo que ir. He ligado y me parece que… --Alguien apretó el hombro de William. Se giró y volvió a ver la hermosa sonrisa de Karen. Se le erizó el bello.

-William, mis amigas me han dicho que mi hermano se ha ido. Vámonos rápido. –Aron se puso serio y miró a William. Hubo unos instantes de silencio. William tenía miedo de lo que podría decir su amigo. Sabía que estaba haciendo algo mal y que Aron se lo reprocharía. Finalmente Aron rompió el silencio.

-No me lo creo. Sin embargo pienso que me lo podía haber esperado de ti Will. –La cara de Aron reflejaba tosa su serenidad mezclada con su típica seriedad. –Las mujeres te pueden William.

-Aron… Lo siento. –Se sentía culpable. Deseaba no ser tan débil. Bajó la mirada abatido. –Por favor, no le digas nada a Jacky.

-Tranquilo. Te guardaré el secreto. Sin embargo debes andar con pies de plomo. –William alzó la mirada sorprendido. Tardó varios segundos en reaccionar.

-Gracias Aron. Me tengo que ir. Nos vemos.

-Adiós.



William empezó a andar rápidamente hacia la salida seguido por Karen. La sala retumbaba con la misma música repetitiva que había oído toda la noche. El deseo de acostarse con Karen y pasar toda la noche en su misma cama se mezclaba con la angustia de saber que era la hermana de Jack. Aunque ya no era ninguna niña, él siempre la había visto como la hermana de su amigo. Le costaba hacerse a la idea. Karen lo rodeó con sus brazos mientras andaban.


-Esta noche soy toda toya William. –Karen le besó suavemente la nuca. –Toda tuya.



Esa noche William no volvió a pensar en Jack.

viernes, 6 de marzo de 2009

Capítulo 3: Christ

Los últimos rayos de sol se reflejaban sobre el mar del viejo muelle con debilidad. El muelle estaba totalmente desierto, en contraste con el paseo marítimo, situado a trescientos metros de ese lugar y lleno de gente que paseaba pese la poca luz. El muelle estaba prácticamente olvidado. Pocas eran ya las embarcaciones que en él reposaban. Ese espacio había perdido la utilidad. Cerca se habían construido cines y centros comerciales para revivir el comercio de la zona. A la práctica, esas instalaciones habían entorpecido aún más el tránsito de embarcaciones, condenando al el muelle al desuso.

Christ estaba sentado en un barco, vestido totalmente de negro para salir esa misma noche. Llevaba 1300 euros en el bolsillo. Era la segunda vez que lo hacía. Había empezado impulsado por Axel, su mejor amigo.

Christ tenía 35 años y pensaba que nadie merecía tener una existencia tan triste como la suya. Su trabajo consistía en ofrecer seguros de vida por teléfono durante 12 horas al día por el salario mínimo. Su madre estaba en un asilo de atención continua, esperando el momento de su muerte. Solo con su trabajo no podía pagar ese lugar. Tras haber agotado sus ahorros, Axel le había propuesto que vendiera droga. Como por arte de magia un día lo llamaron para citarlo en el metro, donde una mujer de negro le entregó la mercancía que debía vender.

La segunda vez lo habían citado en el muelle a las 9. Estaba anocheciendo y debía esperar ante el barco llamado “La Perla Azul”, hasta que le abrieran la puerta de la embarcación.

Esperaba nervioso. Llevaba encima un 90 por ciento de las ganancias de la semana anterior según lo especificado. Si perdía o le quitaban dicha cantidad, lo buscarían hasta darle muerte. Trabajaba para la Araña, una mujer que controlaba todo el mercado de la drogadicción de la urbe. La ciudad entera era de su propiedad. Eran casi 50 los hombres que vendían la mercancía que ella hacía llegar a la ciudad. El resto de traficantes, no hacían más que revender el mismo material. Cada gramo y cada pastilla que corría por las calles, antes había pasado por las manos de la Araña. En ese mundillo, Araña era sinónimo de poder.

Christ lo único que esperaba era vender suficiente droga como para poder mantener a su madre en la residencia. Mantenía la esperanza de que algún día volviera todo a la normalidad. A veces pensaba que la única alternativa era que su madre muriera, y aunque ese no era su deseo, anhelaba volver a ser feliz y retomar su vida. Odiaba ver a su adorada madre convertida en una mujer sin recuerdos. Nada lo torturaba más que ver como su madre adelgazaba día tras día bajo las sábanas de la cama donde reposaba. Deseaba que su madre volviera a ser la alegre mujer que lo había criado. Sin embargo sabía que eso era imposible.

Su verdadero sueño era triunfar en el mundo de la música. Antes tenía todo un mundo por delante, pero se había visto obligado a conseguir un trabajo fijo que le quitó todo su tiempo libre para pagar sus gastos y los de su madre. Sus instrumentos también habían sido sacrificados, vendiéndolos para hacer frente a las deudas. Su sueño se había roto en pedazos, y quería poder reconstruirlo algún día.

Se había sentado para no cansarse en la parte delantera de “La Perla Azul” cuando la puerta de la embarcación se abrió de golpe desde el interior, sin ninguna señal humana. Christ se levantó. Saltó en la cubierta del barco y empezó a bajar las escaleras hacia el interior. Estaba húmedo a causa del desgaste de la madera, y el interior era mucho más grande de lo que parecía desde el exterior, ante él estaba la Araña, vestida totalmente de negro y con un casco. Su atuendo era el propio de un motorista. Sin embargo, esa vestimenta no ocultaba su esbelto cuerpo de mujer. A su lado había un maletín.

-Dame el dinero, coge la mercancía y vete por dónde has venido.- La voz de la Araña era tan sensual como autoritaria. Christ se acercó a la mujer lentamente a la vez que sacaba el dinero del bolsillo. Entregó la suma en la mano extendida de la Araña y cogiendo el maletín se dio la vuelta. Cruzó de nuevo el interior del barco hasta salir a la superficie y bajar de la embarcación. Emprendió su ida hacia el paseo marítimo, caminando rodeado de cientos de embarcaciones que flotaban amarradas al muelle.

Así de rápido había ganado 200 euros de beneficio, otra mercancía mayor para vender y un porcentaje más grande de los beneficios. Se empezaba a ganar la confianza de la Araña.

Apenas había avanzado 100 metros cuando alguien lo arrolló, cayendo de frente contra la áspera madera del muelle.

-No grites y tal vez vivas un día más.-Un hombre, que Christ no alcanzaba a ver la cara, apretó la cabeza contra el suelo para que no se pudiera girar. Christ solamente alcanzaba a ver los ropajes del hombre. Aunque era oscuro, pudo percibir como la ropa del hombre era clara y holgada. Cuando el hombre se había abalanzado contra él, había logrado ver como llevaba un pasamontañas verde oscuro, que hacía imposible reconocer su rostro. Christ notó el frío beso de un arma rozando su cuello. Ese hombre iba enserio.-Dime donde está.

-¿Quién? ¡No se de que me habla! –Christ tenía miedo y no conseguía entender la pregunta. Su maleta, llena de heroína, estaba a pocos metros ante él. No podía perderla de vista o sería hombre muerto.

-¡La Araña, jodido capullo!—El hombre aumentó la presión que ejercía sobre la cabeza de Christ. Aunque sabía que si delataba a la mujer irían a por él, en ese momento tan solo pensaba en salir de allí con vida. Haría todo lo que ese hombre le ordenara.

-¡En el barco del que acabo de salir!¡La Perla Azul!—La respiración de Christ era entrecortada, llena de temor y desesperación. Eso había sido planeado, no era una víctima al azar. El atacante rodeó el cuello de Christ con el brazo y lo levantó del suelo repentinamente. El cañón del arma seguía pegado al cuello de Christ.

-Iremos a buscarla. —El enorme hombre que tenía cogido a Christ lo hizo avanzar hasta llegar a la embarcación de donde acababa de salir y entraron tras abrir la puerta con una patada del raptor. La puerta se astilló y cayó al suelo. Pensaba que en ese momento habría podido tratar de huir, pero no quería forcejear por miedo a que el hombre disparara.

-Es aquí.- Esperaba que con esas palabras aquel hombre lo dejara ir.

-Aquí no hay nadie. Está vacío. — Efectivamente no quedaba rastro alguno de que la Araña hubiera pasado por allí. Esa era la especialidad de esa mujer. Solo la podían encontrar cuando ella lo deseaba. — Vas a morir. Ahora eres inútil, sabe que te he encontrado.

-¡No! ¡No quiero morir! ¡Por favor! – Christ estaba totalmente desesperado. Gritaba entre llantos y se atragantaba con sus propias lágrimas. Quería vivir para cumplir su sueño. Su madre lo necesitaba. Solo se había metido en ese mundo para poder seguir viviendo. No se merecía morir.

-Tranquilo Christ, tu amigo Axel te espera. Él te delató. — Todo era culpa de Axel, si no lo hubiera conocido nunca hubiera entrado en ese mundo y nada de eso habría ocurrido. Si no hubiera hablado más con Axel, no habría sido delatado.

-¡No merezco morir! –Ese era el límite del chico, se había esfumado toda su esperanza.

-¿No mereces morir?—La voz de ese corpulento hombre sonaba más fría que el hielo.— Eres carroña Christ. Te alimentas de las debilidades de los demás para llenar tu bolsillo. Eres carroña como la Araña chico. Eres carroña y yo solo soy el cuervo que aparta la carroña como tú de este mundo. Soy el cuervo, Christ.

El cuervo apretó el gatillo. Christ no tuvo tiempo ni de gritar. El silenciador quito de ese momento todo el dramatismo para convertirlo en un silencioso y definitivo final. Tras el disparo el único sonido que oyó el Cuervo fue el sonido que hizo el cadáver de Christ al caer al suelo. Luego todo era silencio.

Los sueños de Christ ya no existían.