viernes, 17 de abril de 2009

Capítulo 6: Araña

Las primeras notas de “Stairway to heaven” contrastaban con la rapidez con la que la lluvia caía en el exterior. Paige observaba la ciudad oscurecida por las nubes, mientras rozaba la fría ventana con el torso totalmente desnudo. Se había levantado hacía poco. Eran las cinco de la tarde. Paige vivía en un gigantesco ático en el centro de la ciudad. Le habían asegurado que era el más espacioso de toda la urbe. Cuando se lo compró quería poder observar su imperio. Legalmente ese piso estaba deshabitado. Era una muestra más de cómo la ciudad la servía. Todo el sistema legal estaba corrupto: había aprendido desde jovencita que todo el mundo tiene un precio. Había logrado sui certificado de defunción gracias a una cuantiosa suma de dinero. Estaba por encima de la ley. Toda la ciudad la servía gracias a su dinero. Por eso le gustaba observar la ciudad y pensar que era de su propiedad.

El molesto ruido del teléfono móvil la hico salir de su agradable trance. Frunció el ceño. Tranquilamente apagó el aparato de música que tenia al lado. En esos instantes solo se oía el zumbido que producía el diabólico aparatito. Miró la pantalla. En ella se leía: Hospital. Era uno de sus contactos. Descolgó.

-Dime – Su voz era tajante. Una llamada del hospital era sinónimo de malas noticias.
-Robert Madrox. Treinta años. Muerte por disparo en el cuello. Se desangró en el hospital. Llevaba en el bolsillo de la cazadora una tarjeta que ponía “el cuervo” escrito a máquina.
-Recibido. –Paige colgó súbitamente y golpeó el cristal con el puño. Debía tomar medidas rápidamente. Era la octava muerte de uno de sus subordinados. La semana anterior habían estado cerca de encontrarla en un punto de encuentro. Había tenido la suerte de haberse escondido en una trampilla de la Perla Azul, la embarcación que servía de punto de intercambio. Hasta ahora el cuervo había sido una molestia. Ahora era un verdadero problema. Debía matarlo

-¿Que te han dicho, amor? – La voz de Adam era dulce. Paige relajó su todos los músculos de su cuerpo. No se había apercatado de su presencia hasta ese momento. Aunque vivían juntos desde el principio de su relación, era fácil sentirse solo en ese piso tan enorme.
-Ha muerto otro: Madrox. Ha sido el cuervo otra vez.—Paige se giró. Su chico no parecía tan tierno como de costumbre. Ahora su rostro estaba serio e inmóvil. Al verlo lo recordó: estaba totalmente enamorada de Adam. Él era la única persona con quién podía abandonar su faceta autoritaria para ser ella misma unos instantes. Se sentía a gusto a su lado.

Su historia era digna de una película. Se habían conocido en el negocio. La noche en que Paige fue a hablar con Adam por primera vez se presentaba como una noche problemática: no esperaba que se sintieran tan atraídos el uno por el otro. Esa misma noche se acostaron. Paige estaba empezando con el negocio de la droga e iba a amenazar a Adam. Si no dejaba el negocio y le cedía los clientes moriría. Sin embargo no hizo falta. Se aliaron para crear el mayor cartel de droga de la ciudad. Poco a poco veían como sus personalidad se compenetraban en una inigualable armonía. Juntos eran felices. Paige había seguido con el negocio de ambos bajo el sobrenombre de la Araña y Adam había comprado un local que lo había convertido en uno de los bares con más afluencia de la zona: el Scotish Beer. Paige trabajaba duro como le gustaba. Adam la ayudaba en lo que podía, pero se pasaba las noches relajado en la sala VIP de su bar. Paige pensaba que cada uno ocupaba su lugar y que todo les iba bien, sin embargo la presencia del cuervo podría truncar su negocio y poner en peligro su estatus.

-¿Qué piensas hacer? – Paige ya había pensado alguna vez en ese momento. Había tenido en cuenta la posibilidad de que alguien se opusiera a su imperio. Sabía que ya debía estar preparada y lo estaba. Tan solo debía poner su plan en práctica.
-Armaré a mis hombres. Los más eficientes. Aquellos de los que esté segura de que no matarán a otro de mis subordinados para conseguir más clientes con la ayuda de las armas. Así tal vez alguno de ellos mate al cuervo en autodefensa. Al fin y al cabo, son los únicos que me importan. Son los que debo proteger. Armarles es la mejor solución.
-¿Y si pones precio a su cabeza? – Adam pensaba rápido. Sin embargo Paige ya lo había meditado mucho.
-No quiero que esto se llene de drogadictos fingiendo haber matado al Cuervo para conseguir dinero que gastarse en mi droga. No sabemos nada de su aspecto. Lo mejor es que mis hombres maten a quien los ataque. –Paige llamaba a sus subordinados “hombres” imitando el lenguaje militar. Eran el ejército de su imperio.
-¿Sabes qué consecuencias tendrá armar a tus hombres? –Seguía teniendo respuesta. Adam era rápido pensando, sin embargo saltaba a la vista que últimamente ya no se preocupaba por esos temas tan a menudo. Era Paige quien pensaba en el trabajo la mayoría de su tiempo.
-Subirá el índice de delincuencia. Sé que muchos de mis hombres no utilizarán su arma solo para defenderse. Hablaré con los medies do comunicación. Nadie sabrá nada. Así tendré contento el gobierno.
-Te costará dinero. ¿Crees que valdrá la pena? – Paige no lo entendía. Adam debía estar bromeando. Sabían que debían perpetuar su estado eliminando cualquier amenaza.
-Sí. Si esto sigue así pronto no encontraré suficientes hombres.—Adam la interrumpió.
-Habla con Warren. – Fue tajante. Warren era el asesino con más prestigio. Trabajaba pocas veces, y sus precios eran elevados. Sin embargo siempre cumplía su cometido. Era un hombre frio y calculador. Paige lo había visto un par de veces, y la había intimidado. Prefería no tener contacto con él.
-Me lo pensaré. –No quería decepcionar a su amado. – Me he de ir. Como antes dé armas a mis hombres antes darán con la cabeza de ese bastardo. – Quería irse de allí. Quería evitar el tema de Warren.
-Nos vemos mañana.

Se besaron para despedirse. Sin embargo en ese momento Paige tan solo quería huir. Tras besarse empezó a recorrer el pasillo para llegar a su habitación. Allí era donde tenía guardadas sus armas, sacaría algunas para sus hombres. Abrió uno de los armarios de la habitación para poder abrir un enorme cajón. Aparentemente estaba lleno de ropa interior. Cogió un sujetador y se lo puso. Seguidamente sacó el cajón de su marco y abarcó el resto de ropa que había con sus brazos para elevarla y poder tirarla al suelo. Bajo toda esa ropa la madera era más clara. Mientras todos los muebles de la habitación estaban hechos con madera de caoba, el fondo del cajón era de madera de pino. Paige rasgó compulsivamente los bordes de la plancha de madera tratando de retirarla. Tras unos segundos en los que no conseguió retirar el falso fondo, pudo levantar uno de los extremos. Golpeó fuertemente la gruesa plancha desde abajo, metiendo el puño en la obertura que había quedado libre. La tapa del compartimento secreto quedó recostada verticalmente sobre uno de los lados del cajón. Había cerca de treinta pistolas semiautomáticas y diez cajas llenas de cargadores. Paige se levantó para alcanzar una bolsa negra de las que tenía en la parte superior del armario. Compulsivamente empezó a coger las armas con la totalidad de su, brazo mientras con la otra mano mantenía abierta la bolsa de deporte. Una vez hubo metido la mayoría de armas en la bolsa, la cerró. Dejó algunas por si las necesitaba ella más adelante. Se colgó la bolsa del hombro, salió de su habitación y empezó a cruzar el pasillo para salir de la casa.

El corredor del piso era largo y estaba lleno de cuadros. La pared lucía una hermosa pintura rosada con unos acabados en las esquinas. Sin embargo Paige no pensaba en todo ese lujo. Estaba trabajando. Sacó el móvil de su bolsilo y empezó a buscar entre sus contactos uno de sus mejores hombres. Se llamaba William. Lo seleccionó en la lista de contactos. Cuando le cogieron el teléfono ya había llegado al recibidor de su piso. William había tardado demasiado en cogerlo.

-¿Si?
-William, soy la Araña. Necesito verte en 10 minutos delante de tu casa. — Así era Paige cuando no estaba con Adam. Solo daba órdenes. Sabía que si mostraba algún signo de debilidad podrían pensar que tenía puntos. Eso era algo que odiaba
-No puedo. Estoy con una chica. –Apenas había acabado la frase cuando Paige lo interrumpió. No podía permitir que pusieran excusas a sus órdenes.
-Me da igual que no folles hoy. Quiero que te vayas del agujero en el que estés metido y te dirijas inmediatamente a tu puta casa. – Esa era su faceta fuera de su pequeño mundo de felicidad con Adam. Esa era su obra y su orgullo.
-Dame 20 minutos. Estoy lejos. – Paige sabía que a veces debía ceder. Ese era el caso. Sin embargo quería ser prudente.
-De acuerdo. No tardes. —Colgó súbitamente y guardó el móvil en el bolsillo.

Tenía tiempo, de modo que dejó la bolsa en el suelo, se puso una chaqueta para ir en moto y se sentó en un sofá cercano. Pensó que tal vez no era mala idea contar con la ayuda de Warren y su compañía. Sabía que Adam tenía una tarjeta en uno de los estantes del recibidor. Era donde guardaban todos los papeles y tarjetas referentes a su trabajo. Se levantó y cruzó el recibidor hasta llegar al estante. Buscó nerviosa entre todos los papeles tirando algunos al suelo. Finalmente dio con la tarjeta. La compañía de Warren se apodaba Ángel, y la tarjeta solamente mostraba su logotipo: un ángel sosteniendo una espada bastarda y con una larga melena ondeando al viento. Aunque la imagen estaba formada por rayas gruesas la forma se veía con claridad. Dio la vuelta a la tarjeta esperando alguna forma de contactar con él. En el dorso había un número de teléfono grabado en letra gruesa. Volvió a sacar el móvil y marcó con miedo cada una de los numeros que había en la tarjeta. Cuando hubo acabado pulsó el botón de llamada y puso el auricular en su oído. Padía oir el pitido intermitente que la hacía esperar a que descolgaran. Sentía como las tripas le ronroneaban por dentro. Estaba nerviosa. Warren era la única persona que le daba miedo. Aún podía recordar sus fríos ojos azules clavándose en ella. Los rumores decían que era el hombre más peligroso de la cuidad. Descolgaron.

-Al habla Ángel. –Paige quedó sorprendida y no supo que decir.
-Soy Paige. –La mujer no sabía cómo empezar a explicar el caso. — Soy la mujer de Adam Leonarth. – Era la única manera lógica de identificarse. Nadie salvo Adam sabía su apellido. – Quería solicitar un trabajo. – No sabía cómo referirse al asunto que tenía entre manos. Todo eran dudas dentro de Paige.
-Te recuerdo. Soy Warren. – La voz era totalmente inexpresiva. No sabía si alegrarse por saber que era Warren o asustarse aún más. —¿De qué se trata?
-Quiero que mates a alguien.—La mujer sintió un escalofrio que le recorrió todo el cuerpo. Ahora Warren sabía que necesitaba su ayuda. Ahora estaba a su merced. Ahora era débil.
-Pásate por mi despacho. Te llamaré para decirte donde está y debes venir.

Colgaron. Paige se quedó en silencio y solo pudo oír un molesto pitido que indicaba el final de la llamada. Guardó el móvil y recogió la bolsa. Debía bajar al parking para ir en moto hasta casa de William.

Dentro de poco todo estaría listo para matar al cuervo.

viernes, 20 de marzo de 2009

Capítulo 5: Jack

Jack no había podido más. Se había despedido de Aron con la excusa de que le dolía la cabeza mientras William pedía su característico gin tonic. No quería enfrentarse a William. Su amigo lo habría tratado de animar inútilmente y se sentiría aún más culpable.


La calle estaba llena de gente que bebía su último trago mientras volvían a casa. Era ya muy tarde y algunos bares, los menos recurridos, empezaban a cerrar. Para decepción de Jack, el Scothis Beer seguía abierto. Instintivamente empezó a andar en el más orgánico de los movimientos. Mientras, reflexionaba acerca de su situación. Había pasado toda la semana pensando que se acostumbraría al Scothis y que acabaría siendo lo que antes era el bar de Tony. Pensaba que tal vez se desengañaría y disfrutaría tanto como sus amigos. Incluso pensaba que sus amigos podrían ver que el Black Belt les gustaba muchísimo más. Esa noche todos esos pensamientos habían desaparecido.


Había permanecido toda la noche enfrascado en su mente. Imaginaba el Black Belt vacío esperando su llegada, y Tony en un rincón abatido. Incluso podía ver a esa chica de la que no conocía el nombre buscándolo inútilmente. Esa noche había sido muy larga.
En contraposición, sus amigos habían pasado una gran noche. Aron había hablado con muchas chicas durante horas y William había ido a los servicios con muchas otras. No entendía como su amigo podía conseguir sexo tan fácilmente. Sin embargo estaba seguro de que no estaban dispuestos a volver al Black Belt.


Al cabo de unos minutos andando, sin saber cómo, había llegado involuntariamente al Black Belt. Se quedó parado mirando el bar. Entonces salió por la puerta la chica de siempre. Se cruzaron. Aunque se habían visto cada sábado no lo reconoció, ni le dedicó una mirada. Jack no se movió. Detrás de la chica alguien más subía las escaleras.

-No corras tanto Kitty- Era un chico que se esforzaba en subir las escaleras para seguir a su compañera. Pasó ante Jack, quien se giró justo a tiempo para ver un beso entre los dos. Kitty y un desconocido.
La pareja empezó a andar ante la mirada petrificada de Jack hasta que doblaron la esquina. El chico se hundió completamente. Se volvió a sentar bajo el letrero que anunciaba “Black Belt”, igual que la semana pasada. Tenía la mirada fija hacia delante y podía notar como el frio del suelo y del ambiente se apoderaba cada vez más de él. Sabía el nombre de esa chica, se llama Kitty. Ese nombre resonaba en su cabeza como si tratara de advertirle de algo que se le escapaba. También sabía que esa noche, Kitty no estaría sola. Cada vez notaba su cuerpo más helado.


La primera vez que fue al Black Belt no había podido evitar fijarse en Kitty. Aquella noche esa chica reía con su hermosa sonrisa, mientras bailaba al compás de Fairies Wear Boots. Jack solo comparaba su belleza con los ojos de esa misma chica. Siempre que Jack iba al Black Belt esperaba poderla ver. Aunque había salido con Rahne, siempre pensaba en ver a Kitty para que esta no se alejara. Había sufrido mucho al cortar con Rahne, sin embargo había pensado que era una oportunidad para conocer a la chica misteriosa. Ahora sabía que se llamaba Kitty, y que esa misma noche, mientras él lloraba, haría el amor con otro.


-Dios mío. Es imposible perderte de vista. –Jack alzó la vista y pudo ver el rostro sonriente de Steve. Una lágrima de felicidad pobló su mejilla mientras el rostro se le iluminaba. Jack era feliz de ver a un amigo. Ya había olvidado las palabras que tanto le habían molestado la semana pasada. – Vamos, entra. Vamos a charlar un rato.
-Vale. –Jack se levantó mientras se secaba las lágrimas con la muñeca y entró por la puerta del local seguido de Steve, quien cerró la puerta metálica con llave. Empezaron a bajar las escaleras. – ¿Habéis cerrado ya? –Jack quería sacar cosas claras.
-Ahora te lo explicaré todo. –Steve empezó a bajar las escaleras. Jack le siguió confundido.


El bar estaba muy limpio, incluso demasiado. Siempre que Jack había visto el cierre del Black Belt, este estaba sucio, siendo la prueba de la diversión que allí había tenido lugar. Si todo estaba tan ordenado era señal de que habían ido pocos clientes. La luz estaba encendida, dañándole la vista al chico al llegar a la gran sala. No era normal que hubieran encendido la luz tan pronto. Sara, la compañera de trabajo de Steve, contaba el dinero de la caja. Sara no era muy atractiva, sin embargo siempre mostraba su gran simpatía. Jack pensaba que era la mujer más amable que había conocido. Era sin duda la mujer ideal para cualquier hombre, siempre dispuesta a animar a todo el mundo. Sin embargo esa noche Sara lucía un rostro taciturno.
Miro a Steve sin fijarse en la presencia de Jack.

-Nunca habíamos recaudado tan poco. – Jack se quedó mudo.
-Tranquila Sara. Tony pondrá remedio pronto. Lo llamaremos y pondrá algún remedio. – Esas palabras hicieron que Jack notara la ausencia del gigante.
-¿Dónde está Tony? –Steve siguió andando mientras el chico lo seguía hasta sentarse amos en la barra. Steve no contestó. -- ¿No está?—Nunca había visto una noche en el Black Belt en la que no estuviera Tony.
-Dijo que se encontraba mal. Es raro en él. Dijo que reflexionaría en como reavivar el negocio. –Sara contestó en el lugar de Steve, quien pensaba silenciosamente apoyado en la barra.
-¿Pero qué está pasando? ¿Por qué está todo tan vacío? –Jack pensaba que todo estaba cambiando demasiado violentamente. La semana pasada el local aún tenía vida. Esa noche estaba olvidado. Steve se giró perezosamente hacia Jack.
-Te lo contaremos Jack. Pero no puedes hablarlo con nadie. – Steve se puso serio. No era el mismo de siempre.
-Te lo prometo Steve. Puedes confiar en mí. –Jack tenía miedo. Se sentía estúpido al tener esa sensación. Se veía a sí mismo como un crio idiota esperando un cuento de brujas.
-Todos los bares de la zona están igual. Todos menos el jodido Scotish Beer. Antes los bares eran legales Jack. Tony habló con los demás propietarios para no permitir camellos en sus locales y hacer una competencia limpia y sin problemas con la policía. –Steve permanecía con la mirada fija en Jack.
-¿Y por qué el Scotish Beer está tan lleno? –Preguntó Jack. Sara tomó la palabra a su compañero.
-Llegaron hace poco y se negaron a acatar el pacto. Sobornan a la policía, eso es lo que creemos. Allí van todos los putos camellos, los drogadictos y algunos que solo busca pasar el rato rodeados de gente. El lugar es enorme, y cada vez arrastran más clientes de los alrededores. Solo los consumidores más fieles se niegan a ir. – Jack estaba helado. Eso significaba que el Black Belt cerraría. No veía ninguna alternativa.
-¿Qué piensa hacer Tony al respecto?
-No lo sabemos exactamente. –Sara contestó rápido. Parecía un intento de desviar la conversación. Steve se armó de coraje para añadir más información.
-Pensamos que permitirá la venta de drogas en el Black Belt. –Un silencio inundó la sala. De fondo se oía como un murmullo los gritos de la gente de la calle. Jack trataba de pensar lo que aquello suponía. Era la última alternativa, pero si la policía lo detenía se cerraría el negocio. Steve cogió aire y rompió el silencio. –Se ha hecho tarde. Tenemos que irnos. Sara, te llevo en mi coche. –Se dirigió a Jack. --¿Te vienes? –El joven se alejó de sus pensamientos para volver a la realidad.
-No. Mejor vuelvo en metro. Así me aireo un poco en la calle. –Jack estaba triste y cansado. -- Necesito pensar. –Demasiadas malas experiencias esa noche. No le había ido bien en el Scotish, había visto a Kitty con otro y había descubierto la verdadera situación del Black Belt.
-Como quieras. –Steve le apretó el hombro cariñosamente y le sonrió. –Vuelve la semana que viene. Tendré un regalo que te alegrará. Hasta entonces, pásatelo bien. Seguimos aquí.

Las palabras de Steve le dieron fuerzas a Jack para animarse un poco. Esperaba con ansias el transcurso de una nueva semana para ver que tenía para él Steve.

viernes, 13 de marzo de 2009

CAPÍTULO 4: William

William salió del lavabo junto a una chica de la cual no sabía el nombre. Recordaba que esa chica tenía un estúpido nombre de niña pija, de esos que había preferido no conocer. Su nombre era lo que menos le importaba. Sin despedirse de ella cruzó el local para ir a la mesa donde estaban sentados Jack y Aron.


-Estás hecho un fiera. — Aron sonreía acomodado en su silla con un cubalibre en la mano. William se sentó a su lado.

-Solo debes saber que teclas tocar pequeño Aron.—El chico se sentó en la silla que quedaba libre para después hablar con Jack. –Que te parece el Scotish Jacky? – Su amigo había estado callado toda la noche. Desde el momento en que se habían saludado donde siempre para coger el metro, no había vuelto a decir palabra.

-La música es una mierda. No entiendo como seguimos aquí rodeados de esta gentuza snob. –William lo entendía. Desde su llegada la música no había cambiado. La misma música electrónica repetitiva sin ningún sentimiento. William solo quería que Jack se animara, pero su amigo no parecía poner de su parte.

-Te diré porqué Jacky: Coños. Esto está lleno de tías en busca de sementales como nosotros. -- William colocó su codo en la entrepierna simulando con el brazo un descomunal pene. Rió junto a Aron a carcajadas ante la inexpresividad de Jack. –Voy a buscar algo de beber.



No podía aguantar más ese estado en el que Jack estaba sumido. Debía irse y despejarse un poco. Había sido él quien lo había alejado del local que amaba. Se sentía culpable, pero no podía hacer más. William pasó entre la multitud hasta llegar a la barra del local. Una decena de adolescentes menores que él estaban apoyados en ella mirando las chicas que bailaban en medio del bar. Todos ellos exhibían su bebida alcohólica como si fuera su trofeo, una muestra de su hombría. William se abrió paso forzosamente para poder apoyar los codos en la barra y pedir.


-Ponme un gin tonic. No te entretengas mucho. – El barman, un hombre enorme y de aspecto rudo, lo miró con mala cara. Antes sus amigos habían tardado 10 minutos en conseguir su bebida. En ese bar no servían las mesas como en el Black Belt.


Mientras estaba observando como el barman hacía su trabajo, alguien le apretó el hombro. Se giró con tranquilidad dejando un codo en la mesa y vio la hermosa sonrisa de Karen, la hermana de Jack. No podía creer que estuviera allí. Veía a Karen demasiado pequeña como para acudir a esos locales. Si su amigo sabía algo de la presencia de su hermana se volvería loco. William pensaba que Jack era demasiado protector.


-¿Qué haces aquí Karen? –William trataba de intimidar a la chica. Ella debía saber que no podía estar allí. No quería causarle más problemas a Jack. La chica volvió a sonreír. Aunque su cuerpo no era el de una mujer, su rostro era hermoso.

-Te buscaba. Me han hablado de ti. Vamos al lavabo antes de que nos vea mi hermano. –William sabía lo que la chica quería. Tal vez si iba con ella podría persuadirla. Lo primero era que Jack no la viera. Aún menos junto a William.

-Vamos. –Dejó de lado el Gin tonic que había pedido y que el barman no había ni siquiera empezado a preparar. Siguió a Karen hasta la puerta del lavabo, situada cerca de la barra. Entraron en el de hombres, que tenía fama de estar menos transitado. No había nadie. Entraron en un retrete y cerraron la puerta.


-¿Cuánto cuestan? –Evidentemente Karen hablaba de las pastillas que vendía William. Ese era el motivo por el cual había apoyado a Aron para ir al Schotish. No quería vender la mercancía de la Araña poniendo en peligro el bar de Tony. Además el Schotish tenía más clientes, y estos tenían mucho más dinero. Un centenar de jóvenes cansados por el dinero que sus padres les daban, en substitución de su presencia, y que daban a cambio de droga. Era una forma cara de encontrar emociones nuevas. Para William era un negocio seguro. La semana anterior se había sacado 200 euros y pretendía sacarse más esta semana.

-No te pienso vender nada Karen. Jack es mi mejor amigo. No puedo hacerle esto. — La chica se apresuró a contestar.

-No son para mí. Mis amigas pensaron que me las dejarías más baratas. Son para ellas. — William había hablado algunas veces con Karen y pensaba que era sincera. Sin embargo en ese momento no quería arriesgarse.

-Lo siento Karen, no puedo fiarme. Entiéndeme. —Sara miró a William lujuriosamente.

-Si quieres estar seguro de que yo no tomo nada, puedes vigilarme toda la noche. –La mano de Karen se deslizó por el torso de William mientras ella se acercaba cada vez más. En unos segundos sus caras se rozaban y la mano de Karen acariciaba la dura entrepierna de William. Las mujeres habían sido siempre el punto débil del chico. Trató impetuosamente mantener la templanza.

-No puedo hacerlo Karen. Eres la hermana de mi mejor amigo.—La voz antes firme de William se había vuelto insegura y entrecortada.

-Seguro que no puedes?



Los labios de ambos se juntaron besándose en un primer contacto. Karen tomó la iniciativa y prolongó el beso unos instantes más. Sus labios se frotaron con pasión mientras sus lenguas se acariciaban excitándolos cada vez más. Aunque el chico sabía que estaba mal, quería prolongar esos diminutos instantes de placer. Karen era entregada y besaba como ninguna otra chica de su edad. Siguieron allí varios segundos, sumidos en su pequeño momento en el paraíso. Finalmente William se templó y apartó sus labios lentamente para poder hablar mientras cogía con cariño la cabeza de Karen con las puntas de los dedos.



-De acuerdo. Pero no se puede enterar de nada tu hermano. –La voz de William temblaba. Tenía miedo de estar hiriendo a su amigo, pero era lo que su mente le mandaba que hiciera. Quería pensar que no era culpa suya, que Karen lo había incitado. No podía resistirse a las chicas, era su eterno esclavo.

-Mis amigas y yo vamos a una casa cerca de aquí para acabar la noche. Nos vemos en la puerta en cinco minutos. Sal tu primero y cuéntale alguna excusa a mi hermano y asegúrate de que no nos vea.

-Karen…--William, con el rostro preocupado, vaciló un momento.

-Dime. —La voz seguro de Karen intimidó a William. Desearia haber dicho que no quería ir con ella. Desearía haberle dicho que debería estar en casa y mandarla a dormir. Sin embargo trató de dar otra respuesta. Deseaba a Karen del mismo modo que todas las mujeres del local. Anhelaba la pasión que le suscitaba el contacto con una hembra.

-Mejor que… - Las palabras de William no conseguían agruparse en su mente. Trató de pensar rápido. – Mejor que sean diez minutos. Nos vemos en 10 minutos en la puerta.

-Como quieras. –Karen era muy autoritaria y eso preocupaba a William. Realmente deseaba con todo su ser acostarse con ella. Sin embargo no podía olvidar que era la hermana de Jack. El instinto le podía y Karen sabía que él estaba a su disposición.



Salió por la puerta rápidamente para ir a hablar con Jack, quien no podía verle con su hermana. Se dirigió rápidamente a la mesa donde había visto a sus amigos por última vez. Se sorprendió al ver solamente a Aron tosiendo ruidosamente sobre la mesa.



-Chico, ¿Te pasa algo? ¿Se te fue el cubata por el otro lado?—Aron tosió una última y ruidosa vez y se dirigió a William

-No, tranquilo. Solo que últimamente ando un poco resfriado.

-Vaya, a ver si te cuidas. Esta noche a dormir prontito. –Sonrió un poco para quitarle importancia al tema que estaba a punto de abordar. --¿Dónde está Jacky? – Entonces William tuvo un escalofrío. Tal vez su amigo le había visto entrando en el lavabo con su hermana y se había ido indignado. Tenía miedo de haber herido a Jack y haber destrozado su amistad.

-No se acostumbra a este lugar. Quería volver al Black Belt para saber si todo seguía igual. Ha dicho que la semana que viene estaría más relajado, que tiene que hacerlo poco a poco. –William suspiró aliviado. –Yo no tardaré en irme. Tengo una cita. Solo esperaba para decirte que Jack se había ido y yo no podía quedarme más tiempo.

-Yo me tengo que ir. He ligado y me parece que… --Alguien apretó el hombro de William. Se giró y volvió a ver la hermosa sonrisa de Karen. Se le erizó el bello.

-William, mis amigas me han dicho que mi hermano se ha ido. Vámonos rápido. –Aron se puso serio y miró a William. Hubo unos instantes de silencio. William tenía miedo de lo que podría decir su amigo. Sabía que estaba haciendo algo mal y que Aron se lo reprocharía. Finalmente Aron rompió el silencio.

-No me lo creo. Sin embargo pienso que me lo podía haber esperado de ti Will. –La cara de Aron reflejaba tosa su serenidad mezclada con su típica seriedad. –Las mujeres te pueden William.

-Aron… Lo siento. –Se sentía culpable. Deseaba no ser tan débil. Bajó la mirada abatido. –Por favor, no le digas nada a Jacky.

-Tranquilo. Te guardaré el secreto. Sin embargo debes andar con pies de plomo. –William alzó la mirada sorprendido. Tardó varios segundos en reaccionar.

-Gracias Aron. Me tengo que ir. Nos vemos.

-Adiós.



William empezó a andar rápidamente hacia la salida seguido por Karen. La sala retumbaba con la misma música repetitiva que había oído toda la noche. El deseo de acostarse con Karen y pasar toda la noche en su misma cama se mezclaba con la angustia de saber que era la hermana de Jack. Aunque ya no era ninguna niña, él siempre la había visto como la hermana de su amigo. Le costaba hacerse a la idea. Karen lo rodeó con sus brazos mientras andaban.


-Esta noche soy toda toya William. –Karen le besó suavemente la nuca. –Toda tuya.



Esa noche William no volvió a pensar en Jack.